
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¿Por qué el Perú contemporáneo padece una decadencia política? Algunos entienden que hay condiciones sociales e institucionales que la incitan, mientras otros le enrostran la culpa a los actores perversos que han pactado para propiciarla. Para unos, hay un diseño institucional y una sociedad informal que precarizan la representación política; mientras que, para otros, hay un pacto de actores políticos nefastos. Estructura y agencia.
Así, existe una sociedad informal que ha ido deteriorando sus vínculos funcionales y socavando la democracia desde abajo. Además, nuestras élites han perdido la capacidad de contener lo ilegal y la gente ha preferido tomar atajos ilícitos porque el Estado es percibido como un estorbo. La diferencia con países con instituciones sólidas es que nuestra decadencia no solo se suscita porque estas no han cambiado al ritmo necesario, sino porque desde la base del triángulo hay aspiraciones antisistema populares que nuestro ‘establishment’ intenta ningunear, para sorpresa de nadie. Al mismo tiempo, también existen agentes cuya responsabilidad no acaba en que solo han aprovechado esa estructura disfuncional para medrar y festinar con impudicia, sino que han contribuido a empeorar el desborde de las economías ilegales y el crimen organizado, como ha sucedido en nuestra historia reciente. Muchos colegas han hecho esfuerzos lúcidos por explicar esta complejidad. No pienso que la decadencia política del país sea una historia donde haya solo héroes y villanos. Pero para que exista un sistema decadente se necesitan tanto estructuras viciadas como agentes funcionales.
No podemos restarle culpabilidad a la clase política peruana del deterioro de la representación política, intentando retratarlos como animales rousseaunianos, constreñidos por las circunstancias a obrar con malicia. Unas pobres almas en desgracia sometidas al capricho de una superestructura lumpenesca informal que los incita a obrar con malicia. Detrás de esa cavilación, se anida el susurro cínico del Zavalita vargasllosiano que tendría que considerar que, si te quieres corromper, con encanto y con primor, solo tienes que vivir un verano en el Perú.
Señalar a los políticos que han contribuido a empeorar el Estado de la estructura disfuncional peruana no es un ejercicio de esnobismo intelectual. Podemos discrepar en si estos políticos son efectivamente una coalición autoritaria o solo un dechado de desprolijidad, inexperiencia y negociados. Pero, en un país donde el cinismo de Zavalita planea en el aire, es un acto tanto de sana rebeldía moral como de honestidad intelectual pedir una respuesta política inmediata.
No podemos normalizar que una extrabajadora del Congreso muera acribillada con decenas de disparos en medio de una denuncia que remece al Parlamento sin que los congresistas identifiquen responsabilidades políticas. Como país, no podemos mirar para otro lado cuando un testigo clave en una denuncia contra un programa social aparece muerto en circunstancias muy extrañas, llevándose a la tumba información determinante. Una cosa es que la sociedad informal le abra la puerta al lumpen para infiltrarse en la política porque se hincha los bolsillos; y otra, muy distinta, es que el lumpen tenga la llave.