Un amigo familiarizado con el mundo de los gobiernos locales, me dijo una vez que no importaba cuán honesto quisiera ser un alcalde, casi siempre terminaría rodeado de corruptos. Su argumento fue convincente. Un buen número de autoridades, señaló, llega al poder sin saber qué hacer y, menos aún, sin saber cómo hacerlo. Es el resultado de nuestra cultura política que equipara experiencia en gobernar con la comisión de felonías. Al prohibir las reelecciones en todos los niveles de gobierno, en lugar de incentivar la probidad, alentamos la improvisación de la que se aprovechan los operadores, excelsos emprendedores de la sacada de vuelta.
Otra anécdota, pero en una escala mucho menor. Hace una semana, llevé a mi hijo mayor a que rindiera su examen de manejo en el circuito ubicado en Conchán. Al llegar, revisamos los documentos requeridos y uno en particular me llamó la atención: el “C4″. Gracias a mi hijo aprendí que se trataba de un “certificado de inscripción” del Reniec que sirve de sustituto ante la pérdida del DNI. Le pregunté por qué lo había impreso si tenía un DNI. Me respondió que estaba vencido y le volví a insistir que Reniec había prorrogado su vigencia hasta fin de año.
Me miró con esa cara que todos los hijos del mundo reproducen y que se traduce –en su versión más benigna– en un: “ay, viejo, sigues creyendo en cuentos de hadas”. Pues, efectivamente, a pesar de que en ninguna parte indicaba que se necesitaba, la persona encargada de admitir a los postulantes pedía el C4. Entonces entendí por qué tantos tramitadores ofrecían el bendito certificado mientras esperábamos en la cola. Otro aliciente para el emprendimiento nacional patrocinado por representantes de instituciones públicas.
La débil institucionalidad estimula algunos de los sectores más dinámicos de la economía y resulta siendo nuestro principal empleador. Alrededor del incumplimiento de la norma, se abren enormes posibilidades para capitalizar, ya sea en el sector público o en el privado. Lo importante ahora no es “saber hacer”, sino “saber hacerla”. Y no es una cuestión reciente, a pesar de que muchos medios tienen puesta la mira en el actual gobierno. Son 30 años de grandes “emprendimientos” liderados por personas o empresas como Montesinos, Maiman, Nava, Belaunde Lossio, Westfield y, ahora, Pacheco; todas cercanas a quien personifica a la Nación.
Si pasamos a la Plaza Bolívar, nos encontraremos con congresistas emprendedores ávidos por reactivar la economía vía la laxitud. Ya son años que el transporte público está en manos de personas con brevetes vencidos, conduciendo unidades contaminadoras con papeletas impagas, órdenes de captura y sin ninguna protección para los pasajeros. Cientos de miles de alumnos fueron embaucados por centros de educación superior chatarra y ahora sus dueños están a punto de debilitar la única institución que impedía que continuaran con su estafa. Y la lista sigue.
Pero también es culpa nuestra. En algún momento, tiramos la toalla y nos refugiamos en el dicho más antinacional de todos: “así somos los peruanos”, y en su versión religiosa, “ni Dios arregla esto”. Nos deshicimos de la ética para celebrar el “todo vale” y la “creatividad empresarial” de nuestros connacionales. Contribuyó al desmadre la hegemonía neoliberal que renegó de casi toda regulación estatal, lo que terminó favoreciendo un Estado chico, débil, ineficiente y corrupto.
La polarización nos está llevando a ver el árbol y obviar el bosque. En vez de fortalecer las instituciones, seguimos degradándolas y, sin duda, el actual gobierno está haciendo todo lo posible por acelerar el proceso. Pero no veo por parte de la oposición ningún intento serio por defender la institucionalidad. Después de todo, una buena parte de sus representantes siguen torpedeando la legitimidad democrática con los falsos reclamos de fraude. Muchos están utilizando su poder en el Congreso para generar tanta o más zozobra que el mismo Ejecutivo.
Es iluso pensar, como muchos quieren que hagamos, que la culpa de todo lo tiene una persona o partido. Lo hemos escuchado antes: que los males sistémicos se corrigen cambiando individuos vía vacancias, renuncias, disoluciones e, inclusive, elecciones. Mientras vivamos en esa fantasía, seguiremos entregando al país a emprendedores inescrupulosos.