Una de las maneras más eficaces de defendernos de la tiranía del pensamiento único es la lectura. La posibilidad de acceder a otros universos y de construir nuestro propio criterio viene dado de la mano de historias fascinantes, terribles, que les ocurren a otros.
La muerte de Abimael Guzmán me pescó leyendo “Volver la vista atrás” el último libro del colombiano Juan Gabriel Vásquez, en el que narra la historia del cineasta Sergio Cabrera, que fue adoctrinado desde muy chico en la China comunista, para luego volver a Colombia a hacer la revolución. La narración detallada de lo que significó su lavado de cerebro me ayudó a entender lo que puede provocar un pensamiento asesino en la cabeza de un psicópata como Guzmán, que recibió en el país de Mao la misma formación que Cabrera y en la misma época. Rosa Montero, en cambio, me dio esperanzas para confiar nuevamente en mis compatriotas, gracias a “La buena suerte” un libro maravilloso que cuenta una historia de amor para reflexionar sobre la naturaleza intrínsecamente buena del ser humano. Y “El libro de Eva” de la mexicana Carmen Boullosa en su original ejercicio de hacer que el Génesis sea contado por la mala de la manzana, reafirmó mi convicción de que las mujeres debemos colocar nuestra voz en la historia del mundo.
Sin embargo, mientras estos escritores que acabo de mencionar y muchos más participan en la IV Bienal Mario Vargas Llosa en Guadalajara, que promueve el intercambio de ideas y premia a la mejor novela escrita en español en los últimos dos años, nos enteramos de que el ministro Ciro Gálvez cercenó la lista de invitados que llegará a esta misma ciudad en noviembre, para la feria del libro más importante de Latinoamérica. En medio de una fiesta del pensamiento y de la cultura, la cancelación del viaje de cinco escritoras y tres escritores ha generado desconcierto y profunda rabia.
Para un autor, no formar parte de la delegación oficial de su país en un evento tan importante como la FIL significa perder la posibilidad de tener una amplia difusión en un mundo altamente competitivo. Significa ser invisibilizado. Y si bien toda lista es imperfecta y podría haberse ampliado en aras de la inclusión, de ninguna manera eso debió significar desembarcar a quienes se habían hecho merecedores de ese espacio por la calidad de sus obras.
El ministro Gálvez no ha buscado con esta medida tan prepotente reivindicar nuestras raíces indígenas y promover la difusión de “otras culturas”. Si así fuera, hubiera optado por mostrar la diversidad del Perú ampliando la convocatoria. Lo que ha hecho es manosear el concepto de inclusión para mandar un mensaje separatista que busca dividir a los peruanos en ricos y pobres, limeños y provincianos, andinos contra costeños.
Y si bien nunca faltan los ayayeros de siempre que aplauden cualquier barrabasada, sería importante recordarles que lo único que provocan estas iniciativas es poner de moda la mordaza, y tarde o temprano a todos les llega su turno.
A los autores que fueron maltratados y a los que dignamente rechazaron la invitación en solidaridad con sus compañeros, no se preocupen. De ahora en adelante los que creemos en la libertad tenemos un compromiso: leerlos más, difundirlos más y disfrutarlos más.
Porque para que una voz sea silenciada se necesitan cómplices que toleren ese silencio. Y hoy más que nunca los ciudadanos saben que pueden gritar.
PD. Mientras leen esta columna se develará en Guadalajara el nombre del autor ganador del premio de la Bienal Mario Vargas Llosa. Las cinco novelas finalistas son: “Volver la vista atrás” (Juan Gabriel Vásquez), “La buena suerte” (Rosa Montero), “No es un río” (Selva Almada), “Poeta chileno” (Alejandro Zambra) y “El libro de Eva” (Carmen Boullosa). Magníficos todos. Lean, los libros nos harán libres