“Sé que es una película, pero a veces me gusta pensar que soy ‘Terminator’ o algo así. A pesar de sufrir una falla casi total del sistema, sigue intentando cumplir su misión”. Estas son las palabras de Jake Davison, un obsesionado con las redes sociales, quien mató a cinco personas –entre ellas a su madre y a una niña de tres años de edad– en Plymouth, Gran Bretaña. En el tiroteo más mortífero de los últimos tiempos, primero, el joven de 22 años asesinó a su progenitora en su domicilio y, luego, antes de suicidarse, a cuatro personas más en la vía pública. El asesino, que era un misógino declarado, se quejaba de sus frustraciones sexuales en su cuenta de Facebook y YouTube. Una situación muy preocupante, que ha reabierto el debate en el Reino Unido sobre la relación entre ensimismamiento cibernético, violencia física/verbal y desmoronamiento de la salud mental. Triada de un fenómeno generalizado, que junto con los ‘fake news’ y los linchamientos colectivos han tomado por asalto Internet. Si estos ataques relacionados –en el caso específico de Davison, a un grupo de hombres célibes que son sumamente agresivos con las mujeres (‘Incels’)– persisten, la policía inglesa evalúa categorizar a dicha organización como terrorista. Esto con el fin de evitar que sigan sembrando su violencia en las redes.
Hace un buen tiempo que las redes sociales se han convertido en un espacio donde prosperan el insulto y la calumnia. Un hecho que se ha venido agudizando con el COVID-19, que ya ha cobrado la vida de más de 4 millones y medio de seres humanos alrededor del planeta (algunos reportes incluso mencionan cifras mayores). Estudios recientes muestran que las cuarentenas domiciliarias están estrechamente relacionadas con el estrés psicológico y lo que ello representa para la salud mental. El aumento de la soledad y la reducción de las interacciones sociales en el mundo real son factores de riesgo de trastornos psicológicos, como la depresión e incluso la esquizofrenia. Es por ello que los psiquiatras concluyen que el aislamiento social debe ser presentado como un tema fundamental de salud pública. Los linchamientos virtuales, que en algunos casos han causado suicidios entre jóvenes vulnerables a la opinión ajena, son una prueba de la toxicidad del mundo cibernético, una suerte de ‘Far West’ plagado de balaceras. Especialmente porque la virtualidad crea espacios propicios para el despliegue de la violencia verbal incluso entre amigos, familiares y colegas. Lo que me remite al relato de Javier Cercas, quien en “La ley de Lynch” señaló que, a pesar de no estar en las redes, a veces las visitaba provisto de “casco de combate, lanzallamas y mono ignífugo”, con el fin de enfrentar la “tormenta digital” iniciada por un “bulo incendiario” a cargo de personas de pretendida “superioridad moral”. El linchamiento, de acuerdo a Cercas, remite a una experiencia enriquecedora a nivel de autoconocimiento, pero aún más, opino yo, al conocimiento del nuevo mundo en el que nos encontramos, para el cual es necesario establecer ciertos protocolos de convivencia civilizada.
El escritor Alonso Cueto se ha referido a la imposición de un pensamiento binario que, a no dudarlo, sirve de sustento a una era donde las redes son, siguiendo a Cercas, el mejor negocio de la historia. Dominadas por un puñado de “oligarcas sin control”, las redes son un espacio plagado de contradicciones. La razón de ello es que ahí conviven los encuentros amables y los intercambios culturales más enriquecedores con el odio, la mentira, la discordia social y la polarización política, que ha desestabilizado a las democracias más poderosas del mundo. Y es aquí donde es necesario reflexionar respecto de los ‘terminators’ cibernéticos, muchas veces perturbados por el confinamiento y la soledad, y en mecanismos para evitar la violencia y la falta de respeto que ellos expresan respecto a las discrepancias. Más aún, al enterarme de que un renombrado peruanista europeo fue catalogado en las redes de “racista y clasista” por rectificar a una colega. No quiero imaginar la pena e indignación de un experto en su campo frente al insulto gratuito. Lo que se va convirtiendo ya en una tendencia para un mundo que se pretende de pensamiento único. Todos estamos sufriendo una catástrofe global. Esto no nos exime de un necesario autocontrol, con la finalidad de evitar el escalamiento de conflictos inútiles.