Fue una coincidencia, pero en el momento más álgido del debate político en torno al voto de confianza al Gabinete Jara, la tierra tembló en Cora Cora y en Caravelí. Al mismo tiempo, el fragor de la confrontación entre oposición y gobierno no dejó de generar estremecimientos y temblores. No es lo mismo un temblor de tierra que el de los políticos. Los primeros son inevitables en latitudes de características sísmicas y, como no se pueden predecir, lo que corresponde es observar ciertas reglas para tener construcciones antisísmicas y educar a la gente para evitar el pánico y guarecerla en zonas de seguridad confiables.
Pasemos a los temblores políticos. A diferencia de los primeros, estos son predecibles y evitables. En efecto, las discrepancias políticas son como ciertos comportamientos cargados de tensión que se anuncian desde lejos y si no se hace nada para evitar el choque de posiciones, este se producirá como el estallido de un rayo, lo que convierte la tensión en una situación política de inestabilidad y crisis.
El análisis político ha estudiado escenarios de este tipo y mostrado, por ejemplo, que muchos conflictos armados se engendraron a vista y paciencia de actores políticos que se negaron a ver una realidad que debió llevarlos a neutralizar las estrategias hegemónicas que anteceden a las guerras y cuando reaccionaron ya era demasiado tarde. También el análisis político detecta errores graves de políticos que calcularon mal oportunidades y posibilidades. Así, actores gubernamentales, con la creencia de que el debilitamiento del opositor los favorecía, adoptaron decisiones suicidas de agudización de los conflictos en ciernes, con el resultado de incendiar la pradera, quemándose en el fuego que habían propiciado. Pero el mismo juego suicida puede encontrarse en las prácticas demagógicas de aquellas fuerzas que desde la oposición conciben como legítimas estrategias que solo buscan desestabilizar al gobierno, con la creencia de que eso los conduce directamente al poder.
En síntesis, no hay tensión política que surja por generación espontánea; lo concreto es que cuando suceden temblores políticos hay que preguntar a una parte y otra en la pugna su cuota de responsabilidad en las dimensiones de la crisis que suele sobrevenir, cuando no median soluciones concertadas.
Si aplicamos este criterio a los temblores políticos que han afectado al Gabinete Jara, hay entonces que preguntar al gobierno por su comportamiento en el deficiente manejo del tema; y a la oposición de nuestro fragmentado Congreso hay que interrogarle por la desazón que precedió a ese precario y asustado voto de confianza –¿o le llamamos autoconfianza?– que con las justas obtuvo el Gabinete Jara. Sin caer en alarmismo, corresponde, pues, indagar si estamos a las puertas de una inestabilidad, derivada de la incapacidad gubernamental para entender que no hay democracia sin diálogo y que las interpelaciones y censuras a los ministros que inexorablemente vendrían serían el anuncio de un séptimo y un octavo Gabinete que nos lleve en medio de vacilaciones y tambaleos al 2016.
Confiemos en que no sea ese el escenario. Pero será necesario que principalmente el gobierno, aunque proporcionalmente también la oposición, haga un ejercicio autocrítico de enmienda y busque mecanismos de concertación, que en la actual coyuntura son indispensables. La confrontación maniquea que el gobierno ha puesto en práctica contra algunos sectores de la oposición política no ha sido en absoluto positiva para el país y, más bien, ha generado estados de crispación allí donde el gobierno necesitaba apoyo para realizar interesantes propuestas de inclusión social y crecimiento económico con desarrollo.
No se gana con lo que resta, sino con lo que suma a base del diálogo político y de acuerdos absolutamente transparentes. El gobierno no ha sabido dialogar y en esto se ha equivocado. A su vez la oposición, afectada por una incesante y absurda confrontación, ha respondido en más de un caso con excesos de agresividad.
En todo caso, por elemental respeto a la ciudadanía, es imprescindible que nunca más se vuelva a producir un espectáculo tan vergonzoso como el vivido en torno a un voto de confianza que, más allá de su discutible otorgamiento numérico, no ha otorgado al Gabinete Jara el peso y la capacidad de gestión que un Gabinete Ministerial requiere para una gestión exitosa. Frente a los problemas económicos, de inseguridad ciudadana y de corrupción que asedian al país, el Gabinete Jara debe superar los traumáticos momentos vividos y lograr una permanencia con estabilidad. Le espera, pues, trabajar con un horizonte amplio y hacer de la concertación un instrumento que permita resolver con eficacia los problemas que afectan al país.