Cuánto debe ganar un ministro? Esa pregunta no tiene, en abstracto, una respuesta. Si pudiéramos nombrar a Bill Gates de ministro de Educación, no dudaría que pagarle algunos millones al año valdría la pena. Pero si quisieran nombrar al tristemente célebre Vásquez Bazán (ministro de Economía del primer gobierno de Alan García), quien inventó muy suelto de huesos la diferencia entre inflación neta e inflación bruta (sin alusiones personales), disparando la hiperinflación del Perú a un nivel de récord mundial, sugeriría cobrarle a él varios millones antes de nombrarlo ministro.
Lo cierto es que pagarle a un ministro 30 mil soles puede ser justo en ocasiones e injusto en otras, por ser demasiado para el personaje de turno o por ser demasiado poco para compensar lo que vale su trabajo.
No soy amigo de montos fijos porque las personas son muy diferentes. Una buena cantidad de personas muy capaces no verán como atractiva la oportunidad de ser ministros y otra buena cantidad, que ni en sus sueños más deseados imaginaban ganar cantidades parecidas, verán en ese monto la oportunidad de su vida.
¿Es cierto que esa remuneración es más atractiva para tentar a personas más capaces? Puede ser. Pero no es una verdad tan evidente.
Es de esperar que, sin perjuicio de la cuota tecnocrática que deba tener un Gabinete, la mayoría de ministros sean políticos o técnicos con vocación política. La teoría del “Public Choice” sugiere que los políticos actúan para maximizar beneficios, solo que los beneficios no son solo monetarios (remuneración económica) sino también no monetarios (prestigio, reconocimiento y, sobre todo, poder).
Mire la cara de un ministro en el acto de juramentación, con su faja ministerial bien apretada en la cintura y su sonrisa en los labios. La gente le toma fotos, lo admira y lo comenta. Su familia está orgullosa. Saldrá en los periódicos y en la televisión, y sus conocidos más lejanos y ocasionales se llenarán la boca diciendo que es su íntimo amigo.
Y al día siguiente descubrirá que habrá una corte de personas (unos más ayayeros que otros) que lo seguirán y harán todo lo posible para estar cerca de él e influir en sus decisiones. El poder se siente en su trabajo, pero también en la calle cuando una escolta y una circulina le abren paso entre el resto de los mortales que tendrán que detenerse en las esquinas para darle preferencia.
Si el proceso de nombramiento de ministros sigue siendo, como es de esperarse, un proceso político, el incremento de la remuneración económica tendrá un efecto marginal si se lo compara con el efecto de la remuneración no monetaria, es decir la maximización de poder, que dicho sea de paso, suele también aumentar ingresos económicos, en especial si el ministro no tiene muchos escrúpulos.
Quizás aumente un poco la intención de técnicos puros a meterse en política. Pero dudo que haya un cambio significativo.
Más interesante es lo que la remuneración puede hacer para mejorar la gestión ministerial. Si en lugar de tener una remuneración fija los ministros (y muchos otros funcionarios públicos) tienen una base fija y bonos por resultados, el efecto parece más interesante. ¿No le parece una buena idea que el ministro del Interior reciba un bono importante si cumple una meta establecida para la reducción de la delincuencia? ¿Y si el ministro de Economía recibiera un bono si el crecimiento del PBI llega a superar el 8%? ¿O que remuneremos con un premio al ministro de Educación si mejora el rendimiento escolar? Obligar a ponerse metas y a fijar remuneraciones en función de resultados parece una herramienta mucho más poderosa que solo subir sueldos por subir sueldos.
Finalmente me parece muy bien pagarle más a la gente si su trabajo realmente lo vale, y pagarle menos al que pasa solo por allí para sentir el efecto de la circulina y las sobonerías de los ayayeros de turno.