La vacancia presidencial ha entrado oficialmente a la discusión política, como resultaba previsible en atención a los antecedentes del quinquenio anterior.
Un mandatario sin una mayoría parlamentaria que lo sostenga y con una oposición aglutinada y férrea está “condenado a tener que ser popular”, como reflexionaba el politólogo Ignazio de Ferrari cinco años atrás, cuando Pedro Pablo Kuczynski asumía el poder; un poder que extraviaría rápidamente al igual que el respaldo ciudadano.
Kuczynski perdió la popularidad y, poco tiempo después, la presidencia, sin mayor resistencia de la opinión pública, la ciudadanía o los pocos aliados que tenía en el Parlamento. Al encono del fujimorismo heredado por el apretado resultado electoral se le sumó el incordio de la izquierda motivada por el indulto a Alberto Fujimori. Los ‘mamanivideos’, que reflejaban las tratativas entre un sector del ‘ppkausismo’ y la facción disidente del fujimorismo liderada por Kenji, simplemente sirvieron como epitafio de una sepultura ya cavada. Al banquero de inversión no le quedó otra salida más que hacer un ‘swap’ de renuncia por vacancia.
Su sucesor, Martín Vizcarra, en cambio, fue vacado en un momento muy crítico para el país, razón por la cual una amplia mayoría rechazó la decisión del Congreso (91%, según IEP; 88%, según Ipsos-Perú) y salió a las calles en protesta por la irresponsabilidad parlamentaria.
Aunque algunos sostienen que la figura de la vacancia presidencial se ha banalizado hasta convertirse meramente en un asunto aritmético de 87 votos parlamentarios, el respaldo popular es un ingrediente indispensable en el desenlace de la confrontación entre el Ejecutivo y el Legislativo. Dicho en otras palabras, la popularidad de un presidente puede salvarlo o condenarlo.
La iniciativa vacadora de la congresista Patricia Chirinos ha sido respaldada por tres bancadas: Avanza País, Renovación Popular y Fuerza Popular. Y, hasta el momento, ninguna otra agrupación legislativa ha mostrado interés en adherirse a ella. Aunque el gobierno del profesor chotano ha sido una retahíla de torpezas y decisiones nefastas, empezando por el desastroso nombramiento de ministros y altas autoridades gubernamentales, la moción de vacancia se presentó en la misma semana en que el Ejecutivo enmendaba dos errores groseros, con las renuncias de Walter Ayala (exministro de Defensa) y Bruno Pacheco (exsecretario general de Presidencia). El ‘timing’ en política también es vital y la oposición parlamentaria se metió a la ola cuando esta ya se encontraba de bajada.
Una apresurada y mal fundamentada moción de vacancia puede terminar fortaleciendo a Castillo al acrecentar la impopularidad del Congreso. Peor aún, si los únicos que respaldan esta apuesta son los mismos que se pasaron meses vociferando “fraude electoral” sin evidencias, involuntariamente alimentan la narrativa oficialista que califica de “picones” y “golpistas” a sus proponentes.
Lamentablemente, muchos actores políticos que, con frenesí, se subieron a las 4x4 que buscaban desconocer los resultados electorales hace unos meses, han dañado su reputación y difícilmente puedan ellos izar las banderas de control político sin parecer antidemocráticos.
Nada de lo anterior exonera a Castillo. Si el gobierno vuelve a mostrar señas de copamiento estatal y avasallamiento de los poderes autónomos, las razones para discutir la vacancia presidencial podrían resurgir. Pero fondo y forma tienen que ir aparejados.
Si el silencioso Pedro Castillo sortea exitosamente la moción de vacancia, no será por las virtudes propias, sino, más bien, por los defectos ajenos. La precaria estabilidad de Castillo se cimenta, hoy en día, sobre la impopularidad del Congreso.