Abomino el racismo. Condeno todas las expresiones de esa naturaleza ocurridas en el contexto de las marchas de los meses pasados denunciando un fraude. Una horrenda forma de discriminación que, en buena hora, está tipificada como delito en el artículo 323 del Código Penal.
Creo que nuestra mayor riqueza es esa diversidad de culturas y razas que nos caracterizan y que han producido un mestizaje profundo. Este es, quizá, el rasgo más importante de nuestra peruanidad.
José María Arguedas, recibiendo el premio Inca Garcilaso de la Vega, lo dijo de manera brillante: “No por gusto, como diría la gente llamada común, se formaron aquí Pachacámac y Pachacútec, Huamán Poma, Cieza y el Inca Garcilaso, Túpac Amaru y Vallejo, Mariátegui y Eguren, la fiesta de Qoyllur Riti y la del Señor de los Milagros; los yungas de la costa y de la sierra; la agricultura a 4.000 metros; patos que hablan en lagos de altura donde todos los insectos de Europa se ahogarían; picaflores que llegan hasta el sol para beberle su fuego y llamear sobre las flores del mundo”.
Nuestra más importante historiadora viva, Carmen McEvoy, lo trae a la actualidad diciéndonos: “Como es el caso de millones de peruanos no aludidos en el discurso inaugural del presidente Castillo, no provengo de una familia descendiente exclusivamente de pueblos originarios ni tampoco de una ‘explotadora’”. Pasa a narrar luego el peregrinaje de sus antepasados irlandeses, la pobreza en la que llegaron y los esfuerzos que hicieron para darles a sus descendientes educación y valores en su nueva patria.
¿Saben cuántas veces habló en su discurso el presidente del mestizaje (identidad con la que se autoidentifican más de la mitad de los peruanos)? Ninguna, cero.
En su discurso primó una visión simplista y falsa que presenta nuestra historia dividida en 5.000 años de culturas que vivieron sin castas ni opresión hasta que llegaron los españoles y destruyeron esa paz y felicidad en nuestro territorio.
Si no fuera porque su alta investidura no le da tiempo ahora para hacerlo, le recomendaría leer el libro “El espía del Inca” de Rafael Dumett. Una monumental (casi 1.000 páginas) y extraordinaria novela histórica que muestra los múltiples logros y la complejidad de la sociedad prehispánica de la que todos los peruanos, originarios o no, debemos sentirnos muy orgullosos. A la vez explica que, como en todas las sociedades de su época, hubo castas con gente que lo tenía todo por nacimiento y los que no tenían casi nada por la misma razón.
Es cierto que la opresión de los conquistadores a las poblaciones indígenas fue bárbara. Se expresó entre muchas otras realidades en los depredadores trabajos forzados de la mita y hasta hace muy poco, uno de sus símbolos supervivientes más ominosos fue la conscripción militar. Una que solo era aplicada a los campesinos andinos y las poblaciones más pobres de las ciudades, y que Castillo quiere ahora restablecer. Con ello, bajo el pretexto de estar combatiendo la delincuencia, nos retrotraería a las levas abusivas de antaño.
Castillo Terrones, Cerrón Rojas y Bellido Ugarte –con muy posibles homónimos en la vilipendiada Castilla y que, como todos, llevan sangre de diversos orígenes, entre ellas, las de los conquistadores– tienen una visión híperideologizada de la realidad peruana, incluyendo la de la identidad étnica y racial.
Y lo trasladan a la política. El ejemplo más notorio es la forma en la que querrían que se integre su ansiada Asamblea Constituyente. Para decidir sobre uno de los temas centrales de la vida nacional, consideran que hay dos tipos de peruanos. De un lado, los pueblos originarios y los afroperuanos (cuya valiosísima e insustituible contribución a la identidad nacional está fuera de discusión), a los que les asignarían el 50% de las curules. Solo el 50% restante los elegiríamos todos los peruanos vía el voto.
En esta visión, Castilla, Bolognesi, Grau, Quiñones, Basadre, Haya de La Torre, Belaunde, Rostorowsky, Tsuchiya, McGregor y Szyszlo, por mencionar solo un puñado de los múltiples peruanos “no originarios” destacados en diversos campos, solo habrían podido elegir a la mitad de los miembros de una asamblea que definiría cómo debe organizarse el país de todos.
Coda: Ahora el ADN permite saber nuestros orígenes. Quiénes y de dónde son nuestros antepasados. Me hice la prueba hace algunos años. Vengo, en un 45,1%, de países que hasta hace no mucho eran muy pobres y que expulsaban población hacia las Américas (Italia, Irlanda y Escocia). De España, de la “raza explotadora”, me viene el 37,4% de mi sangre. A mucha honra, tengo también un 10,6% de la de nuestros pueblos originarios andinos y un 3,4% adicional me viene de Nigeria.
Soy así, con orgullo y apoyado en la ciencia, mestizo. Y si le agrego que tengo un 2,6% de norafricano (léase árabe), y hasta unas gotitas me vienen desde el Nepal (0,9%), puedo ratificar que el racismo es, además de muchas otras cosas, consecuencia de la más supina ignorancia sobre nuestro mestizaje universal.