América Latina es una de las regiones más desiguales del mundo. Y si bien ha tenido grandes avances en la reducción de pobreza producto del crecimiento económico, el progreso en la reducción de la desigualdad ha sido mucho menos exitoso. Pero, ¿qué significa la desigualdad? Significa que un 30% de los peruanos vive con menos de S/360 al mes. Pero para entender realmente la desigualdad, debemos mirar más allá del ingreso, aunque sea meridianamente claro, que una familia de cuatro personas no puede vivir en condiciones adecuadas con S/1.440 al mes.
La desigualdad implica que demasiados peruanos viven en casas con piso de tierra, hacinadas, que no tienen condiciones mínimas, como acceso a agua potable o desagüe, cuyas conexiones eléctricas son informales. Casas que, en lugar de baños, tienen silos. En Huancavelica, solo el 20% de la población tiene acceso a agua potable. Tenemos aproximadamente a cuatro millones de peruanos a nivel nacional sin acceso a agua. ¿Sabía que el 45% de la población rural vive en pobreza? ¿Que en Cajamarca solo el 45% de la población tiene acceso a alcantarillado, mientras que en Huancavelica es el 40%? La desigualdad significa, además, que no tienen acceso a servicios de salud y que sus hijos probablemente irán a un colegio que no tiene agua, desagüe, luz eléctrica o Internet, porque en el Perú solo 7.492 colegios públicos tienen acceso a todos los servicios. En esas condiciones, no es difícil entender por qué la pobreza es intergeneracional; es decir, que se transmite de padres a hijos.
La desigualdad es tangible, además, cuando un serenazgo de San Isidro intenta botar de una banca frente a un café de Miguel Dasso, en plena vía publica, a Marleny, una chica campesina, quechuahablante, de paso por Lima, que está tranquilamente sentada tejiendo, porque dice que hay vecinos que se quejan. Dueñas de tiendas que no las quieren ver afuera de sus locales porque dan una mala imagen. Porque la realidad es que en el Perú existen, en pleno 2022, “ciudadanos de segunda categoría”. Y es que, en nuestra democracia disfuncional, donde todos los ciudadanos deberían ser iguales, hay unos más iguales que otros.
Esta realidad hace que en Latinoamérica exista una creciente insatisfacción de los ciudadanos con la democracia. En el Informe de Percepciones Latinobarometro 2021 se encontró que solo el 49% de los latinoamericanos apoyaba la democracia como mecanismo de gobierno, en comparación con el 63% en el 2010. En nuestro país, el 86% de peruanos cree que se gobierna para unos cuantos grupos privilegiados y solo el 11% está satisfecho con la democracia que existe en el país.
Los peruanos no solo no confiamos en el Estado, sino que tampoco confiamos en los demás ciudadanos. La confianza se basa en la creencia de que existen reglas comunes iguales para todos que son respetadas, incluso cuando nadie está mirando. La igualdad ante la ley es un principio fundamental en un Estado de derecho, pero que, en el caso peruano, no se traslada a la realidad. Y no lo hace porque en el Perú aún mantenemos instituciones personalistas y cerradas que otorgan privilegios a unos cuantos. Así, casi 8 de cada 10 peruanos se desarrolla en la informalidad.
Una de las grandes críticas a los líderes empresariales peruanos es su falta de convicción y presencia en el desarrollo del país. A diferencia de otros países, como Chile y Colombia, donde tiene un rol preponderante, vinculado al financiamiento de ‘think tanks’ y de investigaciones en la academia, en el caso peruano, el sector privado siempre ha preferido, antes que construir una visión de país y contribuir al desarrollo, optar por defender sus intereses personales y navegar por debajo del radar. Es momento de mirar a dónde hemos llevado al Perú, asumir el liderazgo y cambiar el rumbo. Es la obligación de los líderes darles voz a quienes no la tienen y defender sus derechos.
Si no nos ocupamos de emparejar la cancha y lograr igualdad de oportunidades para todos los peruanos, no lograremos ser un país viable.