Ayer Dina Boluarte cumplió un año como presidenta, un aniversario que casi nadie creía que alcanzaría si tomamos en cuenta que en los primeros meses de su gobierno el país se vio sacudido por una serie de manifestaciones –en varios lugares y pasajes inadmisiblemente violentas– que pedían su salida del cargo y por un grueso sector de la ciudadanía que demandaba un adelanto electoral. Ella misma, recordemos, planteó esta posibilidad en un proyecto que envió al Congreso a inicios de año y que terminó archivado sin pena ni gloria.
Desde entonces, la gestión de la señora Boluarte ha navegado en una relativa calma, sin volver a ver su continuidad en peligro, es cierto, pero sin tampoco hacer mucho ruido como para comprometerla. Esta actitud de reserva se ha traducido en muchas acciones que van desde la insistencia de la mandataria en aprovechar cuanta ocasión se le presente para viajar al extranjero hasta en la falta de reflejos que ha mostrado el Gabinete para observar leyes abiertamente peligrosas de parte del Congreso. Por otro lado, es evidente que las 49 muertes en protestas serán una marca que la acompañarán durante todo su mandato.
Es justo decir que, desde un inicio, el actual Ejecutivo mostró un saludable quiebre con el anterior. Logró constituirse con personas que no solo no cargaban con serios antecedentes penales como los funcionarios de Pedro Castillo, sino que además eran técnicamente solventes. Pero ese es apenas un primer paso para obtener una gestión eficiente que de ninguna manera basta por sí mismo. Y el principal problema con la presidenta Boluarte es que, a un año de su estreno en el cargo, pareciera que se conformó solamente con no ser como Castillo, un rasgo que el país ciertamente agradeció en sus primeros días, pero que a estas alturas ya no sirve para persuadir a nadie.
Dentro de las cosas que uno espera de quien ostenta la jefatura del Estado, una de las más básicas es una visión clara del país. Dina Boluarte, sin embargo, no nos ha explicado hasta ahora cuál es la suya. No solo porque hace varios meses (siete ya) no da una entrevista a la prensa, sino porque cuando tuvo la ocasión de hacerlo durante el mensaje a la nación del último 28 de julio optó por pronunciar un discurso largo, soporífero e inconexo que en estos momentos ya ni en el interior del Ejecutivo deben recordar.
Pocos ámbitos reflejan mejor esta falta de norte que el de la inseguridad ciudadana. Como sabe cualquier peruano mínimamente informado, este año el país ha sufrido un recrudecimiento de las extorsiones, el sicariato y el cobro de cupos que las autoridades no han sabido atajar. La respuesta de Palacio de Gobierno ha consistido básicamente en declarar en emergencia una serie de distritos en Lima y Piura y proveer una serie de cifras que supuestamente demostrarían la eficacia de esta medida, pero que nadie ha visto hasta ahora.
En lo que respecta al frente económico, las cosas no han sido mejores. Las proyecciones de crecimiento del PBI para este y el otro año han sido revisadas a la baja por el BCR múltiples veces a lo largo del año, la inversión privada y las expectativas empresariales no han conseguido ser reanimadas y es probable que en el 2023 la pobreza vuelva a crecer. Y, como hemos dicho anteriormente, si hace un año el gobierno podía culpar a su predecesor por el mal desempeño económico, esa carta ya no le sirve más.
El otro año, además, el país enfrentará un fenómeno de El Niño anunciado desde hace meses y al que, no obstante, haremos frente con obras inconclusas. Si la presidenta no gestiona bien el desafío climático, las cifras económicas del otro año pueden ser incluso peores que las que ya se esperan.
Precisamos, pues, que el Gobierno vuelva la vista adelante. Ya no le sirve seguir mirando hacia atrás para sacarse lustre por no ser como su predecesor. El país merece más que eso: necesita recuperar la seguridad y las expectativas económicas para que, ahora sí, la presidenta Boluarte tenga algo de que vanagloriarse. El Ejecutivo ya no puede gobernar mirando hacia el pasado.