Las designaciones vergonzosas han sido una constante en este gobierno, prácticamente desde el primer día. Al nombramiento de Guido Bellido en la Presidencia del Consejo de Ministros, como sabemos, le siguieron otros como los de Héctor Béjar en Relaciones Exteriores, Ciro Gálvez en Cultura, Julián Palacín en el Indecopi y, últimamente, Luis Barranzuela en Interior. Sin embargo, esta semana el Ejecutivo ha superado su propia marca de desfachatez y ha elegido a Richard Rojas, exjefe de campaña de Perú Libre, embajador del Perú en Venezuela.
Rojas, como se sabe, había sido destinado inicialmente a Panamá. Sin embargo, el país centroamericano no aceptó su designación. Quizá para quitarse de encima la vergüenza que supuso ese desaire, el Ejecutivo decidió mandarlo a Venezuela, en un movimiento que –además– implica la restitución de las relaciones diplomáticas con un régimen dictatorial, violador de DD.HH. y profundamente corrupto como el que preside el sátrapa Nicolás Maduro. Un nombramiento bastante acorde con el enanismo de la administración a la que dentro de poco Rojas presentará sus credenciales diplomáticas.
El señor Rojas viene siendo investigado por la fiscalía por lavado de activos en el caso del financiamiento de las campañas de Perú Libre en el 2020 y el 2021. En agosto pasado, por ejemplo, se supo que Vladimir Cerrón, involucrado en el mismo proceso, había intentado retirar casi S/380.000 de su cuenta de ahorros a través de Rojas, en una operación que quedó congelada por la UIF. Consultado ayer en RPP por el riesgo evidente que implica su salida del país cuando se halla bajo la lupa de las autoridades, replicó, con total frescura: “Hoy en día las diligencias se hacen de manera virtual”.
Preguntado luego por sus pergaminos para asumir un cargo tan prestigioso como el que implica representar a un país en el extranjero, Rojas indicó: “Yo, aparte de ser comerciante, también soy estudiante de Derecho”. Y requerido sobre si dichos antecedentes le parecían suficientes para ser embajador, arguyó: “Ahí viene, digamos, toda la experiencia que uno puede haber tenido en la vida para asumir ese reto. […] Yo sí me siento preparado”, finalizó. No vale la pena gastar espacio contestando estas ‘explicaciones’.
Lo que sí merece una contestación es la postura que ha expresado sobre Venezuela. “Mientras exista el Poder Legislativo, obviamente es una democracia” fue lo que respondió a la pregunta de si el país caribeño le parecía una dictadura, ignorando que la Asamblea Legislativa Venezolana actual derivó de unas elecciones fraudulentas que nuestro país, acertadamente, no reconoció. Y prosiguió: “Yo estuve como veedor en el año 2018 en las elecciones de Venezuela y fueron unas que se dieron de una manera transparente”.
Tan ‘transparentes’ fueron aquellos comicios en los que el señor Rojas se desempeñó como veedor que sus resultados no fueron reconocidos ni por la UE ni por el Grupo de Lima ni por EE.UU. Tan ‘transparentes’ que ningún candidato opositor de peso se presentó, porque estaban encarcelados, inhabilitados o exiliados. Tan ‘transparentes’ que el propio Observatorio Electoral Venezolano ha demostrado en sendos informes que el régimen tuvo que violar su propia ley y cronograma electoral para llevar a cabo un proceso a medida de lo que buscaba Maduro.
“Nuestra postura partidaria –añadió Rojas– es que Venezuela es democrática”. ‘Partidaria’, dijo; no ‘institucional’. Confirmando así que su posición viene marcada por la línea de Perú Libre y no por la tradición que ha seguido Torre Tagle en los últimos tiempos. Finalmente, para añadirle entelequia a la deshonra, denunció que en el Perú “también hay persecución política”, como aquella que, según él, vienen sufriendo Cerrón, “su madre” y él mismo.
Hace unas semanas, durante su gira internacional, el presidente Castillo afirmó que en el Perú teníamos corruptos “hasta para exportar”. Ahora, también exportamos miserias.