La Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) siempre ha sido una oficina de enorme poder en cualquier gobierno. Quienes han ocupado la máxima posición de la PCM de los últimos años han tenido prestancia política diversa, pero todos han sido, a su manera, los líderes indiscutibles del equipo de ministros que acompaña al presidente.
Esta figura es ahora menos clara con Mirtha Vásquez a la cabeza de la institución. A la expresidenta del Congreso nunca se la notó cómoda en la posición que hoy ocupa –hace un mes concedió que el nombramiento de Luis Barranzuela, extitular de la cartera de Interior, no fue a propuesta suya–, pero en las últimas semanas los desencuentros con sus propios ministros han creado una situación inédita en la historia de la PCM.
Fue precisamente con Barranzuela que se ventilaron los primeros roces. El historial de Barranzuela y su cercanía con grupos contrarios a la erradicación de coca lo convertían en serio pasivo para un Gabinete próximo a enfrentar un voto de confianza en el Congreso. El exoficial de la policía logró mantenerse en el puesto pese a su falta de sintonía con la primera ministra. Finalmente, el escándalo de la celebración en su domicilio el domingo 31 de octubre terminó con su salida del equipo de ministros, pero la impresión que quedó fue la de una titular de la PCM con problemas para tomar decisiones finales sobre su grupo.
Tres desencuentros posteriores ratificarían esta imagen. Uno de los más notorios ha tomado lugar con Juan Silva, titular del Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC). A través de un oficio, Vásquez demandó explicaciones a Silva por la salida de la jefa de la Sutrán, Patricia Cama, y por su reemplazo, Doris Alzamora, quien luego renunció al cargo. Días después, Vásquez volvió a utilizar los mismos canales de comunicación oficiales para conminar al ministro de Energía y Minas, Eduardo González, a asistir a la comisión multisectorial encargada de la renegociación del gas de Camisea. González, más bien, retrucó que la tercera suspensión había sido responsabilidad de la PCM y que hacía falta una “mejor comunicación” para evitar cualquier “malentendido”.
Finalmente, el último episodio tiene como coprotagonista a Walter Ayala, ministro de Defensa y responsable político de las presuntas presiones irregulares a altos mandos del Ejército y de la FAP para ascender a allegados al presidente Castillo. Una vez revelado el entuerto, a inicios de esta semana, Vásquez señaló que tomarían decisiones “en las próximas horas”, lo que anticipaba un inminente cambio de ministro que nunca llegó. Más bien, desde entonces Ayala ha aparecido en público “más fresco que una lechuga”, según sus propias declaraciones. En el colmo del desafío ante la primera ministra, Ayala indicó ayer que “si alguien se siente incómodo en un lugar, tiene que renunciar”.
La situación, a todas luces, es insostenible para Vásquez, y el hecho de haber obtenido solo la mitad de los votos de la bancada oficialista durante su pedido de confianza es un agravante de su precaria posición en el gobierno. Las reprimendas públicas a su equipo no pueden ser parte de su estrategia de gestión, menos aún cuando estas ni siquiera llevan a consecuencias reales. Sin respaldo explícito del presidente y sin capacidad de liderazgo en su propio Gabinete, Vásquez parece a la deriva. El vacío de poder se siente hoy en la PCM más que nunca, y sabemos que, en política, cualquier vacío es rápidamente llenado por otro jugador más presto a hacerse cargo.