Ayer, Mirtha Vásquez anunció su renuncia a la Presidencia del Consejo de Ministros y, con ella, la caída de todo el Gabinete que, con algunos ajustes posteriores, se estrenó en octubre pasado. El principal responsable de esta crisis, por supuesto, es el presidente Pedro Castillo, y es él el único llamado a solucionarla, aunque, dada su actuación como promotor de esta tesitura, resulta válido preguntarse ya no si será capaz de hacerlo, sino si tan siquiera tiene deseos de hacerlo.
A estas alturas, queda claro que quien le coloca más zancadillas al Gobierno es el inquilino de Palacio, cuya capacidad para poner a su gestión contra las cuerdas parece infinita. Y aunque el país ha asistido a un carnaval de crisis prácticamente desde el primer día de su gobierno, esta tiene un barniz especial, en el que, a la desfachatez, se le han sumado la mentira y las acusaciones de complicidad con la corrupción.
Según ha revelado la propia Vásquez a través de un oficio hecho público ayer, su dimisión responde a que no ha conseguido llegar a acuerdos con el presidente respecto del “liderazgo de un sector tan importante como el Interior”. Dicha cartera, como sabemos, ha estado en estos días en el ojo de la tormenta, luego de que el ahora exministro Avelino Guillén enumerara en algunas entrevistas ofrecidas en los últimos días sus pugnas con el cuestionado ex comandante general de la Policía Nacional del Perú (PNP) Javier Gallardo, así como el respaldo tácito del mandatario a este último.
Y decimos ‘tácito’ porque durante las dos semanas que transcurrieron entre el momento en el que Guillén le sugirió al mandatario que pasara al retiro a Gallardo y el día en el que aquel anunció su dimisión, el presidente sencillamente se hizo el desentendido. Una postura que, sin embargo y como mencionamos en esta página, entrañaba en sí misma un poderoso mensaje. Que finalmente Castillo tomara la determinación de licenciar a Gallardo –un general sobre el que se ciernen graves acusaciones de malos manejos desde dentro y fuera de la institución policial– el domingo en la noche no mejora un ápice su desempeño en todo este trance, sino que lo coloca como alguien tibio, cuando no cómplice, con dicha circunstancia.
Una vez rebalsado por la situación, además, el presidente no ha encontrado mejor salida que hacerse el desentendido de lo que venía ocurriendo en el sector y que todo el país conocía desde hacía semanas. En una entrevista concedida al diario “La Noticia”, por ejemplo, ha sostenido que no tenía conocimiento de las discrepancias entre Guillén y Gallardo. “El ministro nunca me dijo eso a mí; nunca escuché eso en un Consejo de Ministros”, ha declarado. Para finalmente añadir: “No entiendo por qué recién lo dice”.
La verdad, no obstante, es que no hay manera de que él no estuviera al tanto de lo que preocupaba a Guillén, pues ha trascendido que tanto el extitular del Interior como la propia Vásquez le venían planteado desde tiempo atrás lo que se estaba cocinando en la institución policial con bastante detalle. Por lo que venirse a hacer ahora el sorprendido con las denuncias del saliente ministro del Interior y reclamar que tendría que haberlas hecho antes y frente a todo el Gabinete es, en consecuencia, de una desfachatez sin límites.
No es esta, por lo demás, la única mentira en la que habría incurrido el presidente, pues al apartar del cargo a Vásquez, este afirmó que lo hacía como colofón de una “evaluación” del Gabinete con miras a “renovarlo”… poco antes de que la ministra renunciante aseverase en el ya mencionado oficio que, más bien, su alejamiento era una iniciativa personal al no encontrar respaldo en el mandatario.
Con esto en mente, uno se pregunta si el presidente es realmente consciente de la magnitud del problema en el que ha arrastrado a su Gobierno y, en consecuencia, si está interesado en salir de esta crisis cuanto antes o si se abocará a desatar una mayor. Quizá la conformación del próximo Gabinete pueda resolver esta interrogante.