El miércoles, pasadas las 10 de la noche, el Congreso informó que se había constituido una delegación parlamentaria “para conversar” inmediatamente con el presidente Pedro Castillo a fin de “evitar una crisis política con graves consecuencias para nuestro país”. El anuncio era una respuesta atinada a la provocación del presidente del Consejo de Ministros, Guido Bellido, que un par de horas antes había anunciado que acompañaría al ministro de Trabajo, Iber Maraví, a la sesión de interpelación en su contra que se celebró ayer en el hemiciclo y que, “de ser necesario”, iban a “pedir [la] cuestión de confianza” por el interpelado.
Tras esto, sostuvimos ayer en esta página que la única salida viable pasaba por la remoción del señor Bellido de la PCM, pues es evidente que a una persona que –además de arrastrar un legajo bastante amplio de cuestionamientos propios por sus investigaciones fiscales, sus simpatías con prominentes senderistas y sus comentarios misóginos y homofóbicos– exhibía sin rubor su proclividad para abrir otra crisis política por un funcionario insostenible, sencillamente no podía dársele el poder que entraña su cargo. Demostrada su facilidad para blandir en el aire la cuestión de confianza para defender lo indefendible, el señor Bellido será un peligro latente mientras continúe a la cabeza del Gabinete Ministerial.
Pues bien, en las primeras horas de ayer, la comisión legislativa, encabezada por la presidenta del Congreso, María del Carmen Alva, compareció a la salida de Palacio de Gobierno para enfriar la situación. Según Alva, el mandatario les aseguró a ella y a otros 13 parlamentarios que el anuncio de la cuestión de confianza que había formulado Bellido “no es el sentir de él ni, en general, de su Gabinete” y que “eso no está en agenda”. Y el hecho de que ninguno de los congresistas que participaron de la cita (representantes de prácticamente todas las bancadas, incluyendo la oficialista y sus aliados de Juntos por el Perú) la corrigiesen en las horas siguientes daba pie a pensar que, aunque no salió a decir palabra alguna, el jefe del Estado le había ‘bajado la llanta’ a su primer ministro.
Finalmente, en la tarde de ayer, el presidente Castillo se pronunció. “Saludo la visita de la presidenta y voceros del Congreso, que recibimos anoche en Palacio de Gobierno. Coincidimos en que la cuestión de confianza y la censura forman parte del equilibrio de poderes, y son herramientas políticas para mantener la estabilidad democrática”, escribió en Twitter, donde ya se le ha hecho costumbre compartir mensajes tan tibios como lamentables. Ya viene siendo una pena para el país que el presidente esconda la cabeza cada vez que su gobierno se hunde por méritos propios, como para que ahora también descubramos que, cuando finalmente aparece, solo lo hace para agravar la sensación generalizada de que, en el Ejecutivo, él no es el que lleva el mando.
Ahora, además, el mandatario enfrenta otro problema no menor: el de que su palabra –esto es, la que les dio a los congresistas anteanoche al asegurar que la cuestión de confianza por el ministro Iber Maraví no estaba en los planes de su gobierno– no tenga asidero. Lo más triste de todo, sin embargo, no es solo que les habría mentido a los parlamentarios, sino que lo habría hecho para no dejar sin piso a su primer ministro (y, con él, a su padrino político, el señor Vladimir Cerrón), uno que no ha hecho otra cosa más que crearle problemas y empañar la imagen de su administración. Ya es una vergüenza que el mandatario no haya cesado a Guido Bellido, como para que ahora, además, se tome el cuidado de no dejarlo mal parado aun cuando eso implique deshonrar sus compromisos ante los legisladores.
Tal parece que la famosa ‘palabra de maestro’ no solo tiene la característica de extraviarse en los momentos en los que el país más quiere oírla, sino que, además, es inconsecuente, desvergonzada y veleidosa. Y que la deífica ‘palabra de maestro’ ha dado paso a una realidad más pedestre: la de que nos encontramos frente a un maestro sin palabra.