El domingo por la noche se realizó un nuevo debate entre varios de los actuales aspirantes a la presidencia en los estudios de América Televisión y Canal N que, como en otros casos, resultó más ilustrativo por lo que no se dijo que por lo que se dijo. Estaban invitados a participar en la discusión los candidatos que habían ocupado los seis primeros lugares en la última encuesta de Ipsos previa a la ocasión, pero uno de ellos –Rafael López Aliaga de Renovación Popular– terminó declinando la invitación, a pesar de haberla aceptado inicialmente.
Los otros cinco postulantes –George Forsyth de Victoria Nacional (VN), Yonhy Lescano de Acción Popular (AP), Keiko Fujimori de Fuerza Popular (FP), Verónika Mendoza de Juntos por el Perú (JPP) y Daniel Urresti de Podemos Perú (PP)– sí acudieron a la cita y, salvo algún comportamiento disruptivo en lo que se refiere al respeto de los tiempos asignados, se condujeron con urbanidad. Pullas hubo, como era de esperar, pero en ningún momento la sangre amenazó con llegar al río.
En el terreno de las propuestas de gobierno serias y realistas, sin embargo, los polemistas ofrecieron poco o nada. Promesas de gestas materialmente imposibles o generalidades que no constituían compromiso alguno fue lo que recitó cada uno de ellos a su turno. Y ni siquiera la invocación a que hablasen de planes concretos incluida en las preguntas que recibieron consiguió sacarlos de esa nebulosa. Veamos algunos ejemplos.
Yonhy Lescano insistió en que va a solicitar la suspensión temporal de las patentes de las vacunas contra el COVID-19 para que puedan ser fabricadas en el Perú, lo que es un literal castillo en el aire. George Forsyth, por su parte, anunció que vacunaría a toda la población que lo requiere antes de fin de año, a pesar de que el ritmo de entrega y aplicación de vacunas sugiere claramente que esa meta no será alcanzable. Daniel Urresti propuso un programa de reactivación de las mypes… que ya existe en Reactiva Perú. Verónika Mendoza habló de bonos, créditos blandos y aumento de la inversión pública sin explicar de dónde obtendría los recursos para sacar esas iniciativas adelante. Y Keiko Fujimori planteó un esquema de lucha contra la corrupción que descansaría sobre todo en una transparencia inimaginable de parte del Estado.
La sensación que dejan posturas como las descritas es que estamos ante personas que quieren acceder al poder, pero no tienen muy claro qué es lo que harían una vez acomodados en él; y que, en esa medida, entienden la campaña como el esfuerzo de búsqueda de un libreto que persuada a una cantidad suficiente de votantes de lo contrario.
Con todo, debates como el del domingo son importantes. Por un lado, porque los vacíos en las respuestas de los candidatos informan a la ciudadanía de cuáles son sus puntos (más) débiles en materia programática. Y por otro, porque permiten hacerse una idea del talante de cada uno de ellos. No es lo mismo colocar en Palacio a un prepotente que a una persona serena. Y no es igual tampoco encumbrar a alguien con dificultades para simplemente explicar lo que tiene en mente que a alguien capaz de hilvanar sus ideas con solvencia.
A fuerza de recibir críticas por lo evanescente de sus ofertas, además, es probable que, poco a poco, los candidatos aprendan que ese tipo de improvisaciones no son aceptables y, a la larga, pasan una factura en las ánforas.
Siempre será mejor escuchar y ver a los postulantes a la presidencia que no tener la oportunidad de hacerlo (y siempre será positivo que los candidatos asistan a los debates a que dejen de hacerlo). Y estamos seguros de que los electores sacan de estas confrontaciones conclusiones importantes que los ayudarán en última instancia a orientar sus votos.