Esta locución adjetiva (contracción de la original de entre casa) resulta para los países hispanoamericanos más íntima y cálida que la equivalente peninsular de trapillo, teñida para nosotros de cierto matiz despectivo. De entrecasa califica toda la ropa, incluidos los zapatos usualmente proscritos, y resulta una frase entrañable para quienes no concebimos el trabajo intelectual sino cubiertos por cómodos atuendos de entrecasa. (El Comercio, Lima, 1/5/2008).