El nombre del ilustre peruano Pedro Beltrán aparece en una de las placas en el “Salón de oro” en el gran hotel Mont Washington ubicado en Bretton Woods, New Hampshire.
La inscripción dice: “Estas placas indican los altos delegados de la Conferencia Monetaria Internacional de Bretton Woods que se alojaron aquí […]. En esta sala se firmaron los artículos por los que se crearon el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y los acuerdos arancelarios destinados a crear un orden económico estable tras la Segunda Guerra Mundial”.
En estos días, la Sociedad Mont Pelerin –organización internacional de pensadores liberales– se está reuniendo en el mismo lugar para nuevamente considerar el orden global. De hecho, fue hace casi 80 años cuando se reunieron representantes de 44 países para crear un mundo que evitara caer nuevamente en los cataclismos de la primera mitad del siglo XX.
Quienes nos encontramos ahora en Bretton Woods no necesariamente celebramos todo lo que se acordó durante la histórica reunión, pero sí celebramos su deseo de paz, estabilidad económica, comercio libre y el gran progreso que logró el mundo desde entonces.
La reunión dio origen al GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, por sus siglas en inglés) –que luego se convirtió en la Organización Mundial del Comercio– fundado en 1947 en Ginebra, el mismo año en que se fundó la Sociedad Mont Pelerin en el otro lado del mismo lago suizo. Como sabemos, la apertura que ambas organizaciones promovieron se empezó a realizar, especialmente a nivel global, desde finales del siglo XX.
El comercio internacional se disparó cuando colapsó la planificación central en el tercer mundo y el socialismo en el segundo. Como porcentaje del PBI mundial, el comercio llegó al 60% en el 2008, duplicando la cifra de los años 70. Desde que inició ese aumento, no ha habido un mejor período en toda la historia humana respecto del mejoramiento de bienestar de la gente –tanto en su rapidez como en su escala–, algo que ha beneficiado especialmente al mundo en desarrollo. Por eso también ha caído la desigualdad global de manera notable.
Parece mentira, entonces, que hayan surgido argumentos viejos y nuevos para justificar el proteccionismo, la reducción del comercio internacional y una mayor intromisión estatal en muchos aspectos de la vida de la gente. En países ricos y pobres, la derecha y la izquierda abogan por la política industrial, la regulación de la expresión, la protección estatal de ciertos valores culturales o el favoritismo legal hacia ciertas etnias, razas, géneros u otros grupos. La política identitaria está haciendo que el Estado vaya perdiendo su neutralidad.
Todo eso va en contra de la visión de Pedro Beltrán y los liberales de su generación. No es verdad, para usar un solo ejemplo, que la pandemia mostró la insensatez de depender de cadenas internacionales de suministro para bienes necesarios. Las empresas internacionales que estaban más integradas a la economía global fueron las que pudieron responder a las demandas del mercado de manera más ágil que las menos integradas.
Temer la interdependencia con China y, por eso, desacoplarnos económicamente de ese país puede resultar en una profecía autocumplida. No es que la apertura garantiza la paz, pero generalmente es mejor que las alternativas.
Pedro Beltrán entendió eso. Cuando fue primer ministro, estabilizó al Perú y lo encaminó hacia un mayor crecimiento. Como empresario modernizó la agricultura peruana y fundó el periódico “La Prensa”. Fue un gran defensor de la libertad de expresión y la tolerancia. Perdió propiedades, fue encarcelado y terminó exiliado en defensa de sus ideas. Beltrán entendió que las libertades económicas, civiles y personales van de la mano.
En un momento histórico incierto en el que se han desatado guerras en Europa y Medio Oriente, necesitamos más gente como Pedro Beltrán, quien dejó un legado para el Perú y el mundo.