Es llamativo el modo de proyectar poder que tiene el Ejecutivo: no termina de procesar sus pequeñas victorias (pírricas en muchos casos) y se enrumba en una nueva aventura de dudosas ganancias. Como si viviera al día a día, a ritmo del recurseo cotidiano.
Esta es la dinámica que ha caracterizado las últimas semanas, en la que se ha contado con la colaboración silente o evidente de la oposición parlamentaria. Se configura –parafraseando a Manuel González Prada– el pacto infame de vivir a media voz.
En días recientes, el régimen se ha beneficiado de la indulgencia de una opinión pública apática (su aprobación pasó de 23% a 26%, según Datum), inmutable ante los serios indicios de corrupción. La marcha que se organizó en su contra, siendo importante, no ha puesto en aprietos al Ejecutivo. Mientras ello ocurre, la OEA consolida una misión con cinco cancilleres en funciones, y las firmas para empujar la vacancia están estancadas en el Congreso.
Sin embargo, consciente quizás de su precariedad, el Ejecutivo recurre a medidas grandilocuentes que seguro no pasarán de la bulla momentánea. Parte de esa vulnerabilidad puede sentirse en los movimientos al interior del oficialismo parlamentario. La renuncia de Guido Bellido –el primer presidente del Consejo de Ministros del gobierno de Castillo–, por ejemplo, no es un hecho menor.
Seguramente, Bellido se mantendrá votando con las otras bancadas oficialistas (Perú Libre, Perú Democrático, Perú Bicentenario, Bloque Magisterial, Cambio Democrático –ex Juntos por el Perú–) o con los disidentes de otros grupos parlamentarios que constituyen el salvavidas del régimen. Pero llama la atención que se produzca este alejamiento cuando su antiguo partido, Perú Libre, consolida su presencia, limitada pero constante, en el Gabinete a través del Minsa.
Un vulnerable Castillo utilizó el homenaje a la rebelión de Túpac Amaru II y Micaela Bastidas, el pasado 5 de noviembre, para rememorar involuntariamente al poeta Alejandro Romualdo (“querrán vacarlo y no podrán vacarlo”) y ratificar que tiene la voluntad de completar su mandato. “Aquí, siguiendo el ejemplo tuyo, padre Túpac Amaru, madre Micaela Bastidas, tu amada compañera (les digo): Me tendrán hasta el último día de mi mandato, porque mi pueblo así lo ha decidido”, clamó el jefe del Estado.
Pero, como bien dice el refrán –”dime de qué presumes y te diré de qué careces”–, certeza no es lo que precisamente ha mostrado el mandatario. Bien pudo continuar polarizando o victimizándose sin necesidad de referirse a su permanencia en el cargo, algo que, por lo demás, no parece impacientar tanto a la oposición en su conjunto.
La cuestión de confianza en torno de la cuestión de confianza (valga la redundancia), presentada el martes 8, podría ser otra muestra de esta debilidad autopercibida, aunque disfrazada de iniciativa, que marca la caótica gestión política del Gobierno.
A falta de un discurso central que articule el modo coherente como se enfrenta a la débil oposición, se presentan acciones aisladas, que en otras circunstancias terminarían siendo la receta perfecta para la autodestrucción. No es el caso actual: errores reiterados (y acciones claramente dolosas) son pasados por agua tibia o respondidos sin contundencia, mientras se exhiben como triunfos acciones cosméticas como dilatar la discusión del viaje del mandatario fuera del país.
Se ha visto en este paso una pretendida reedición de lo hecho por el entonces presidente Martín Vizcarra en el 2019. Pero el Perú político del siglo XXI se empeña en recordar al Karl Marx del “18 Brumario de Luis Bonaparte”, cuando –citando a Hegel– dice que “la historia se repite dos veces, una vez como tragedia y la otra como farsa”. Esa, quizás, sea la vena más marxista de este gobierno, en el que muchos ven aún el fantasma comunista.