Falta menos de un mes para las elecciones regionales y municipales de este año y esta será la primera columna que le dedique al tema. Soy parte del 70% de peruanos que, según El Comercio-Ipsos, todavía no sabe por qué candidatos votar y que, probablemente, tome ocasiones como la del debate organizado por Latina el pasado domingo por la noche como fuente de información para discernir entre los siete postulantes a la Alcaldía de Lima. Aun así, calculo que, también como muchos, ha sido difícil poder sacar conclusión alguna de ese triste espectáculo.
Hay mucha continuidad entre la última elección presidencial y la que viene. Al menos en Lima, la elección con más votantes, hay una desidia o apatía comparable a la que vivimos en la primera vuelta del 2021. Ningún candidato despierta algo siquiera parecido a una ilusión. Rafael López Aliaga, Daniel Urresti y George Forsyth vienen de haber participado en ella, sin éxito, pero la campaña reciente les permite asomar como los tres principales candidatos para Lima.
En ese sentido, se abre la posibilidad para las sorpresas. Si bien en primera instancia podría aparecer como un duelo entre los dos primeros, Urresti (hoy con un 27%) y López Aliaga (con un 25%), tal y como lo fue la elección del 2010, entre Susana Villarán y Lourdes Flores, hay también razones para pensar que el tablero todavía se puede mover, a pesar de que estamos a solo 20 días de la elección.
En primer lugar, la volatilidad del electorado solo se ha incrementado en los últimos años. Aunque seis de los siete candidatos van con partidos que tienen bancadas en el Congreso, lo que reflejaría cierta estabilidad, y a pesar de que la aprobación de un solo dígito le corresponde a dicha institución y no a sus partes, se trata de marcas partidarias desgastadas y con escasa aprobación entre la ciudadanía.
Algo de esa inestabilidad ya la vimos en la elección municipal pasada. Yo estaba viviendo fuera del país entonces, así que no recuerdo la campaña, pero sí usé los resultados finales como ejemplo de la falta de identidad partidaria (y de predictibilidad) de la política peruana para mis sorprendidos estudiantes extranjeros. Les enseñé la encuesta de opinión pública de la quincena de setiembre del 2018, a pocas semanas de la votación, donde Jorge Muñoz figuraba, con un 4% de las preferencias, en noveno lugar. Días después, sería elegido alcalde con el 36% de votos. A Muñoz le ayudó su pasado como alcalde de Miraflores y el símbolo (aún libre de cuestionamientos) de la lampa.
Por otro lado, y como reflejo de lo anterior, no hay un voto duro que permita anticipar niveles consistentes de apoyo. Según la misma encuesta de El Comercio-Ipsos, incluso el porcentaje de aquellos que “definitivamente votarían” por Urresti, López Aliaga y Forsyth se ha reducido entre agosto y setiembre, y en ningún candidato supera hoy el 10%. Toda decisión está sujeta a cambios.
Y, finalmente, el debate fue muy pobre. Ningún candidato logró transmitir algo distinto, ninguno arriesgó, ni quedó con sensación de ganador. Muchas propuestas e iniciativas en materias urgentes como transporte son inviables, como destacó ECData el domingo, o demagógicas, como en seguridad ciudadana. Si algo favorece a los dos punteros es que su apoyo parece estar distribuido simétricamente entre la ciudadanía. La intención de voto por Urresti es mayor a medida que se reduce el nivel socioeconómico de los encuestados, mientras que lo inverso sucede con López Aliaga, quien concentra el apoyo en el sector A y B. Como en la elección presidencial, la elección por Lima parece polarizar a su electorado.