Pedro Castillo cumple mañana 100 días en prisión, Dina Boluarte 100 días en el poder y el Perú otros tanto en medio de la incertidumbre, la violencia y, ahora también, los desastres naturales. Desde aquel 7 de diciembre del 2022 mucho ha ocurrido en el país, pero nada ha cambiado para el ciudadano de a pie. En cuestión de horas, un remedo de dictador dirigió el golpe de Estado más ridículo de nuestra historia y terminó por ello detenido y encarcelado.
Ese mismo día, quien hasta hace poco había sido una de sus principales ministras y apañadoras juraba sonriente como la primera presidenta del Perú. Quien hace unos meses aseguraba que se iría con Castillo si es que a este lo vacaban, ahora expresaba con cándido optimismo que se quedaría a completar su mandato hasta julio del 2026.
Contra todos los pronósticos iniciales, que auguraban una gestión corta y una renuncia rápida forzada por las protestas en contra de su gobierno y la ola de violencia y muertes que vino a continuación, la gestión de Boluarte ha logrado sobrevivir hasta el día 100.
Sin apoyo ciudadano, sin un partido o bancada propia a la que aferrarse, el Gobierno ha llegado hasta este tramo gracias a un pacto tácito de convivencia con el Congreso. La tembleque estabilidad de Boluarte se debe al respaldo que tiene de un sector del Legislativo. Lo único que han dejado las poco creíbles exhortaciones al adelanto de elecciones por parte del Ejecutivo, desechadas en todas las oportunidades, es una sensación de jugada en pared. Tú exhortas, yo archivo, todos nos quedamos.
El futuro del gobierno de Boluarte es impredecible, como casi todo en nuestra política local. Algunas denuncias e investigaciones ya empiezan a apuntar a la mandataria y a gente de su entorno, pero el limbo, por ahora, parece estable. La aprobación y la desaprobación a la presidenta permanecen estancadas. Las protestas en Lima dan la impresión de estar aletargadas. El Congreso le cierra por enésima vez las puertas a un adelanto electoral, pero la apatía ya le ganó la partida a la indignación. Nos encontramos en un momento de engañosa calma política. Pero ya sabemos que en este país el sosiego es efímero.
El Perú vive en estos momentos horas difíciles, las preocupaciones políticas han quedado temporalmente de lado para dar paso a lo verdaderamente urgente: la atención de la emergencia climática y a las víctimas y damnificados que la naturaleza y la inacción de las autoridades vienen dejando. Estos paréntesis ya los hemos vivido en años anteriores, duran lo que dura un deslizamiento. Pronto tendremos a los políticos retomando sus agendas personales, casi siempre alejadas de los temas que realmente importan.
Como señalamos al comienzo, 100 días han transcurrido desde que los destinos de Boluarte y Castillo tomaron caminos separados. Lo que le espera a la presidenta en el día 200 parece por ahora difícil de pronosticar, pero lo que sí está claro es lo que ocurrirá con su antecesor. Continuará encerrado en la prisión de Barbadillo, ya no solo por su intentona golpista, sino por los casos de corrupción que fueron la constante de su gobierno. Pasará meses e incluso años a la espera del inicio de sus juicios, cambiando de abogados con la misma frecuencia con la que cambiaba de ministros. La justicia seguirá cerrando el cerco alrededor de sus compinches y sus incondicionales defensores empezarán a aburrirse de hacer el ridículo y dejarán de ensayar teorías conspirativas y negacionistas del golpe de Estado. Los tuits y mensajes de respaldo serán cada vez más esporádicos. Porque todo cuento, hasta el más inverosímil, tiene su final.