El tercer Gabinete del presidente Pedro Castillo, que juró el último martes, puede ser interpretado como una apuesta: errática o acertada, pero apuesta a fin de cuentas. Poniendo de lado los numerosos pasivos que traen varios de sus integrantes, rompe parcialmente con las agendas radical-conservadora y moderada-progresista que podrían haber significado Guido Bellido y Mirtha Vásquez, respectivamente.
El Gabinete liderado por Héctor Valer parece aspirar a ser un guiño para el sector conservador en lo social (el propio Valer o la nueva encargada del MIMP, Katy Ugarte) y un gesto tranquilizador para el sector empresarial (la presencia de Óscar Graham en el MEF). Más que giro a la derecha o al centro, lo que se ve es un enclaustramiento que no lee los problemas más recientes.
Mantiene los principales flancos que la gestión de Castillo ha venido acumulando, sobre todo en tiempos recientes. Así, no enmienda la mirada patrimonialista que caracteriza el manejo de sectores clave. Algo de ello puede verse en la permanencia de ministros en portafolios que manejan importantes recursos (Juan Silva en el MTC o Geiner Alvarado en Vivienda, dos sectores que, en conjunto, manejan más de S/21.000 millones) o con decisiones políticas trascendentales (Aníbal Torres en Justicia, que acaba de remover de su cargo al procurador Daniel Soria), y también en la incorporación de Alfonso Chávarry al Mininter y de José Luis Gavidia al Mindef, que controlan decisiones políticas trascendentales en materia de control de la represión.
Hay también una fuerte presencia parlamentaria. Cuatro de los 19 integrantes del nuevo Gabinete son congresistas y han constituido el oficialismo primigenio (Katy Ugarte), el disidente (Betssy Chávez en Trabajo), el aliado (Roberto Sánchez en Mincetur) y el advenedizo (Héctor Valer en PCM). En tiempos regulares, esta característica debería garantizar algo de anclaje en el Parlamento, pero en la circunstancia actual podría generar escollos por la animadversión que podrían haberse granjeado.
En suma, es una apuesta que pierde de vista los problemas que el Ejecutivo tiene al frente, patentes en las cartas de renuncia de Mirtha Vásquez y Carlos Jaico. Aspiraría, en cambio, a dar señales que parecen alejadas de las prioridades actuales. Al hacerlo, condena al Ejecutivo a apoyarse en sus incondicionales. De obtener el voto de confianza, será solo cuestión de tiempo para que aflore un nuevo escándalo de corrupción.
“En cuanto a la crisis política, ya pasó. Hoy es un nuevo día, es el día de la esperanza para el Perú, día del cambio”, dijo la noche del martes el recién estrenado Valer. Pero, a contracorriente de sus deseos, esta no ha pasado. Por el contrario, la composición del Gabinete marca un creciente aislamiento de Castillo y, por el mantenimiento u obtención de carteras clave, acrecienta las dudas que se han instalado desde el inicio del Gobierno presentes en las cartas de renuncia de sus hoy excolaboradores.
Los crecientes llamados a encontrar una salida política que pase por el Parlamento, aun en voces que distan de la oposición dura al mandatario, grafican a la perfección la instauración de una impaciencia cada vez más recia. Antiguos voceros que veían con cierta indulgencia los diversos malos pasos presidenciales, tanto en gestión como en manejo inmoral de los asuntos públicos, hoy empiezan a distanciarse y a verbalizar dicho alejamiento. Al contrario del Pedro bíblico, que negó a Cristo tres veces, en el Perú del siglo XXI puede darse el camino opuesto: negar a Pedro puede volverse, en breve, una reiteración casi indefinida.