Se han cumplido los simbólicos 100 días del Gobierno de Pedro Castillo y la precariedad es su divisa. Pocas veces tan pocos cometieron tantos errores. En poco menos de un trimestre, el presidente ha consumido el capital político que le permitió ganar las elecciones sin fraude. Pero Pedro Castillo es tributario de lo que era y de las circunstancias que le permitieron ganar unas elecciones gracias a que estuvo en el lugar y el momento correcto.
Tres décadas después del triunfo de Alberto Fujimori –el primer presidente ‘outsider’ de nuestra historia–, Pedro Castillo hizo lo propio derrotando, irónicamente, a su hija Keiko Fujimori. Las elecciones de este año se realizaron en medio de una pandemia que mostró el desastre de un Estado, la incapacidad de un Gobierno y la mediocridad de toda la élite política. Ni en los momentos más duros de nuestra historia reciente que hizo que muchos peruanos no pudieran siquiera enterrar a sus miles de muertos se pudo llegar a acuerdos mínimos para sobrellevar este flagelo del siglo. Se votó porque correspondía, pero con un elector cansado, frustrado, irritado y triste. La pandemia había arrasado con todo, incluso con las esperanzas de la población.
Al ver pasar a una larga fila de candidatos que ofrecían de todo y se cuidaban poco, las preferencias cambiaban y los porcentajes se empequeñecían. En ese contexto aparece Pedro Castillo, lejos del mundanal ruido y muy cerca de los más afectados por la economía y la política. El más alejado de lo que podía ser un candidato con organización propia, programa, equipo de trabajo, pero –y quizás lo más importante– sin ningún vínculo con las élites de todo tipo. Con él se identificaron cientos de miles de peruanos que vieron en el candidato de Chota lo más cerca a ellos. Pero, sobre todo, lo más alejado a lo que rechazaban: los políticos.
Así llegó el profesor, sin más recursos que su experiencia local y sindical. Catapultado a la primera magistratura, lo que traía era poco para lo mucho que necesitaba. Sus redes eran las más próximas a la familia y su entorno. La mayor, la de Perú Libre, proveniente de un partido regional con formación tradicional de izquierda, con un discurso radical, pero angurriento de poder que nunca pensó estar tan cerca. En este partido se apoyó desatando uno de los peores, sino el peor, centenar de días de Gobierno que no tiene precedentes.
Llegar al poder supuso enfrentar las tareas en las que se combinan las urgentes, las necesarias y las imprescindibles. Si bien no tuvo mucho tiempo para organizar su equipo de Gobierno, creyó que con Perú Libre y sus entornos podía manejarse apelando discursivamente al abstracto “pueblo”. Lo que vino es ya conocido: nombramientos de personal sin experiencia y menos formación, cuando no cargando un penoso prontuario, desde el mismo Guido Bellido en el premierato. Esto ha generado que el mandatario haya cambiado ministros, funcionarios y nombrado a dos gabinetes en un corto tiempo.
Este período le debe haber servido para aprender. Pero no todo el que quiere aprender se convierte en buen alumno. Se trata, obviamente, del apurado aprendizaje de un ‘outsider’. La política es comunicación y no solo discursiva. Las carencias en política se proyectan con mayor claridad y son altamente dimensionadas. No puede ser de otra manera. Ser candidato debe ser un acto de responsabilidad y la que corresponde al presidente es incluso mayor. Comprender y analizar la llegada de un maestro de escuela rural representativo de la mayoría postergada del país no lo exime de la exigencia, como a cualquier otro presidente, de responsabilidad, entereza y firmeza que el cargo requiere. Sin estas, el Gobierno se caerá como un ‘Castillo’ de naipes.