‘Nos vamos todos’, ‘no te tengo miedo’, ‘conmigo no te juegas’; volvemos al discurso político moldeado por la cultura machista. Estas frases insisten en enfrentar, no en acordar; privilegian la expresión de la franca antipatía sobre la esforzada empatía. Todo esto, bajo el supuesto de que disentir es más valiente que conceder.
¿Ustedes creen eso? Yo no. Esa es la trampa del machismo, que los hombres se enfrentan mientras los cobardes se portan como ‘mujercitas’ o ‘maricas’. Nada que ver. Primero, en una coyuntura tensa, enfrentar es más fácil que conciliar. Es lo que muchos impacientes esperan: sentirse representados en un chillón que alza la voz e insulta a quienes disienten. El concertador, en cambio, suele ser incomprendido, víctima de ‘bullying’, acusado de tibio por ambos bandos.
Estamos en una de esas coyunturas. Por ejemplo, apenas Guido Bellido anunció que el Gobierno haría cuestión de confianza si el Congreso persistía en censurar a Iber Maraví, el general en retiro y congresista Roberto Chiabra tuiteó: “Nos vamos todos para empezar de nuevo”. Para muchos, sonó valiente y digno, muy macho. Pero, ¿realmente su tuit tuvo esas virtudes? Para mí, no.
Chiabra es uno de los dos limeños e invitados en la bancada de APP (la otra es la exfiscal de la Nación Gladys Echaíz). ¿Consultó con su grupo, calculó cuántos votos tendría la censura a Maraví, sabía si Bellido tenía la venia de Castillo, analizó hacia dónde ‘michi’ nos vamos todos y cómo diablos recomenzamos? Claro que no pudo hacer, en poco tiempo, lo que se le pide a un político responsable e inteligente.
Prefiero el gesto multipartidario de varios congresistas, incluido uno de su bancada, que tomaron el acuerdo de visitar a Pedro Castillo para sondear qué tanto respalda a Bellido e intentar demostrar que, en este caso, el Congreso merece más confianza que el Ejecutivo. Tuvieron la valentía de exponerse a que los llamen ‘cojudignos’ y a que Castillo los engañe, pero ahora lo conocen mejor y sabrán enfrentar con más eficacia las provocaciones palaciegas. Los felicito.
El radicalismo de izquierda en el Gobierno, y no lo digo solo por Vladimir Cerrón, sino básicamente por Pedro Castillo, tiene una raigambre violenta y polarizante que lanza constantemente retos maniqueos a quien se le enfrente. Lima excluye a las regiones, los blancos a los cholos, los ricos a los pobres, la ciudad al campo; son las polaridades lanzadas desde el poder bajo el supuesto de que el Gobierno representa a los oprimidos y la oposición, a los opresores. Si el opositor cree –como yo– que esos asertos son reales en diversos grados, entonces tiene que ser inteligente y persuasivo, para que el discurso populista de izquierda no tenga éxito al chantarle todas las culpas y al descalificarlo como fiscalizador.