

La literatura y la realidad tienen un denominador en común: ambas viven y necesitan de ficciones. Algunos podrán decir que existen historias atrapadas en mundos irrepetibles, las cuales se reproducen infinitamente cada vez que son descubiertas, pero otros tendrán el atrevimiento de señalar que nuestro universo encierra cada una de ellas, convirtiéndolas en una sola.
El Perú es esa historia que engloba a todas las demás, donde, por ejemplo, hay crónicas de muertes anunciadas, se oye el doblar de las campanas, sufre la cándida Eréndida con los gallinazos sin plumas, no se sabe quién mató a Palomino Molero, se puede llegar a darle pena a la tristeza, puede haber el sueño de un pongo, pueden existir ayeres ausentes de recuerdo. Ese es el Perú, esa es su riqueza: es el lugar donde todo puede ocurrir y donde solo hace falta que llueva hacia arriba.
Pero, si el Perú tiene tantas historias, ¿por qué no hay nadie quien le escriba? ¿Habrá muerto su esperanza de recibir alguna epístola que lo salve del olvido?
Sin embargo, tu soledad no es tan abrumadora, Perú querido; está el coronel que te acompaña en esta espera interminable, y nosotros, tus gallos. ¡No nos vendas todavía por unas monedas de plata! Tampoco empeñes tus razones. Haznos luchar todas las batallas y, aunque perdamos, levántanos porque ese es nuestro destino.
Mira al coronel, querido Perú, ¿acaso su esperanza no duerme el alma? Esta, indubitablemente, desaparece por instantes, pero queda la resistencia de no marcharse, el impulso vitamínico que brinda la construcción de una utopía, el rechazo a irnos sin ser recordados.
¿Y si nunca llegase esa carta? ¿Qué quedaría? Los gallos. Esos pocos ciudadanos que todavía llevan en su sangre el atrevimiento patriota de izar la bandera, la valentía de no mezclarse con los cadáveres apátridas, el sueño de construir una nueva historia, el coraje de no rendirse ante un país fantasmal, porque, a pesar del olvido, todo continúa. Son pocos, sí. Pero son. Ahí el remedio del Perú y del coronel: resistir aunque no haya nada que comer, resistir aunque no haya nadie con quien luchar.
Finalmente, ¿quién deberá escribir? Ya sabemos que para el coronel son los altos mandos… ¿Y para el Perú? ¿No seremos nosotros, sus ciudadanos?