Esta semana no le ha ido bien al presidente. En distintos escenarios ha recibido noticias ingratas que, o bien limitaron su capacidad de acción, o bien golpearon su imagen, obligándolo a retroceder en decisiones de las que aparentemente se sentía muy seguro. La última encuesta nacional de Datum, para empezar, mostró un nuevo crecimiento en su desaprobación (en un mes, esta ha pasado de 46% a 50%, mientras que su aprobación solo alcanza el 40%).
No ha de haberlo alegrado tampoco, por otra parte, el corsé que el Congreso le ha colocado a la capacidad de hacer cuestión de confianza por quítame estas pajas de la que disponía hasta hace unos días. Y en lo que concierne a su determinación de sumar a Ricardo Belmont “al equipo del Gobierno del Bicentenario”, convirtiéndolo en asesor del Despacho Presidencial, la forzada marcha atrás ha sido rochosa.
Ninguno de esos sinsabores, sin embargo, debe de haberle resultado al profesor Castillo tan desagradable como el que le trajo la resolución adoptada el jueves por el Poder Judicial con relación a Richard Rojas, el joven valor de Perú Libre que él había elegido para encabezar nuestra legación diplomática en Venezuela.
–¡No al control de daños!–
Al momento de escribir estas líneas, el presidente no se había pronunciado todavía sobre las consecuencias del impedimento de salida del país que, por seis meses, el Sexto Juzgado de Investigación Preparatoria de la Corte Superior Nacional le ha dictado al personaje en cuestión, así que, quién sabe, a lo mejor insiste en hacerlo embajador. Pero es claro, en cualquier caso, que no lo será de carrera, sino más bien, un tanto estático.
Richard Rojas, en efecto, no podrá viajar a su soñado destino caribeño, a consecuencia de la investigación por el presunto delito de lavado de activos agravado que el Ministerio Público le sigue en el contexto del caso Los Dinámicos del Centro (otra denominación que, contrastada con la inmovilidad que le ha sido impuesta, suena cachosa). Y no hay que olvidar que, para abundamiento en el escarnio que todo este trance supone para él, esto le ocurre después de que Panamá declinara con elegante silencio la propuesta original del Estado Peruano de nombrarlo el representante de nuestra diplomacia en su territorio.
Uno se sentiría tentado a decir que a Rojas el pan tiende a quemársele en la puerta del horno… de no ser porque, en la situación actual, luce más bien congelado.
Vergonzoso como es, no obstante, este episodio podría terminar siendo anecdótico y disolviéndose pronto en el olvido, si no fuera porque, de anecdótico, no tiene nada: el fallido encumbramiento del dirigente del partido oficialista como embajador en Venezuela constituye, en realidad, la perfecta ilustración de los criterios con los que, sistemáticamente, el mandatario opera a la hora de designar a los funcionarios de su Gobierno. Se diría que busca el perfecto maridaje de trayectoria personal escalofriante con absoluta inexperiencia en el tipo de responsabilidad a desempeñar, y luego se ata el elegido al pie para hundirse con él en el mar de la ignominia hasta donde la falta de oxígeno se lo permita. Pensemos, por ejemplo, en el Gabinete anterior y en las credenciales con las que ‘Puka’ Bellido, Iber Maraví y Ciro Gálvez contaban para ejercer como premier y titulares de Trabajo y Cultura, respectivamente. O volvamos los ojos al equipo ministerial actual, en donde Luis Barranzuela y Carlos Gallardo brillan con luz turbia en las carteras de Interior y Educación. Y por si eso no fuera suficiente para comprobar la premisa de la que partimos, ahí tenemos lo ocurrido en Indecopi o en algunos puestos claves del Ministerio de Transportes y Comunicaciones para zanjar la discusión.
Tan desafortunado como el ‘casting’ inicial, además, termina siendo el empeño presidencial de mantener a los integrantes de esa especie de antología del despropósito en sus posiciones, más allá de todo límite razonable. La noción de control de daños, al parecer, está reñida con la moral revolucionaria. De hecho, según algunos de los voceros de la cofradía cerronista, esta se nutre de la contradicción –siempre tan evocadora de la dialéctica–, por lo que no es de extrañarse que tengamos hoy a una bancada gobiernista que apoya al presidente, pero no está dispuesta a darle el voto de confianza a su Gabinete, a un abogado convertido en ministro de Interior que tiene que echar a sus sabuesos sobre sus antiguos clientes y, por supuesto, a un insólito representante del Perú en el extranjero que no puede dejar el país; esto es, a un embajador inmóvil.
–Un cajamarquino ‘cheese’–
Como es lógico, ir al Congreso a pedir el voto de confianza para el equipo ministerial que expresa este homenaje al absurdo es un esfuerzo condenado al fracaso; y, sin embargo, tal es la tarea que tiene por delante la presidenta del Consejo de Ministros, Mirtha Vásquez. Es posible, desde luego, que ella consiga este lunes los votos que necesita, pero de ninguna manera, la confianza. Y el problema con ello es que, como Bellido le puede contar, se inicia a partir de ese momento una cuenta regresiva.
Todo primer ministro tiene los días en el cargo contados, pero en el caso de aquellos que aceptan lo que saben que jamás podrá tener buen final, la cuenta suele ser más corta. Despierte ahora, señora Vásquez, o empiece de una vez a tomarse fotos para el recuerdo en el despacho.