La presentación del Gabinete Bellido ante el Congreso, programada para este jueves, se anuncia agitada. El objetivo de tal comparecencia, como se sabe, es obtener de parte de la representación nacional un voto de confianza que le permita al equipo ministerial ir adelante con la gestión que presuntamente inició semanas atrás. El problema, no obstante, es que, de todos los sentimientos que esa rotosa hueste de enfajinados puede inspirar, la confianza es el menos probable. Homenajes a cabecillas terroristas que ahora se intenta negar, incompatibilidades para ejercer el cargo y anecdotarios personales que no desentonarían en una página policial componen la constelación de merecimientos con la que el ramillete de funcionarios que desfilará esta semana por la pasarela del hemiciclo buscará el respaldo de la mayoría de parlamentarios. Y la verdad es que, en circunstancias normales, lo que tendrían que recibir es, más bien, un sencillo para su pasaje de vuelta a casa, porque la sola pretensión de que se deje el país en manos tan reñidas con la motricidad fina es una ofensa para todos los peruanos.
—Decanato ‘tuco’—
Como se sabe, sin embargo, no son precisamente normales las circunstancias en que nos encontramos, y ante los peligros que supondría quemar una de sus dos balas de plata frente al Ejecutivo (porque los acercaría a la disolución con la que Perú Libre sueña), los integrantes de la oposición en el Legislativo se devanan por estos días los sesos tratando de imaginar otros caminos para llegar a un resultado equivalente al de la negación de confianza.
Lamentablemente, no existen muchos. Votar de manera mayoritaria en ámbar para colocar al nuevo Gabinete en una especie de limbo y forzar al Gobierno a introducir algunos cambios en su conformación es una de las opciones que más entusiasmo genera entre los objetores del ‘casting’ con el que el presidente Castillo nos obsequió a la hora de armar su equipo de colaboradores. Pero nos tememos que esa es una tesis que, como escribiera alguna vez Borges a propósito de otro asunto, “adolece de irrealidad”. El Gobierno, sencillamente, no quiere hacer cambios en su “gabinete de choque”; menos aún después del trago amargo que ha tenido que apurar con la obligada renuncia del veterano Héctor Béjar, emblema de las causas vitandas que el cerronismo apologiza.
En esta pequeña columna, estamos persuadidos de que el optimismo necio no conduce a ningún lado. El profesor y su camarilla no están dispuestos a retroceder ni un ápice en su plan ‘veneco’ a pesar de los costos que ello pueda acarrearle al país. El hecho de que hasta ahora no se avengan a confirmar la permanencia de Julio Velarde en la presidencia del Banco Central de Reserva (BCR) mientras el dólar sigue subiendo lo demuestra. Quién sabe lo que pueda suceder más adelante, pero por lo pronto, está claro que lo que se viene esta semana es un choque de trenes de proporciones. Y frente a él solo queda por hacer una cosa, difícil de ilustrar como no sea a través de una parábola.
—El examen del guardagujas—
Un hombre se presenta ante la junta que evalúa a los aspirantes a ocupar el puesto de guardagujas en una importante encrucijada ferroviaria. El hombre es muy paciente, pero el principal examinador del grupo le coge antipatía a simple vista e inicia una ráfaga de preguntas que apunta a descalificarlo.
– Si desde la caseta de vigilancia que se le asigna, usted detectase dos trenes que se desplazan a toda velocidad en rumbo de colisión, ¿qué haría? – lo interroga.
– Pues activaría el mecanismo electrónico que permite evitar esos accidentes – responde el examinado.
– Imagine que ese día hubo un apagón y el mecanismo no funciona…
– En ese caso, trataría de operarlo manualmente.
– Hmm, pero suponga ahora que las manivelas para hacerlo están muy oxidadas y no responden. ¿Cómo reaccionaría ante esa situación?
– Muy simple: busco las paletas de señales que se guardan siempre en las casetas de vigilancia para este tipo de emergencias y me planto con ellas en la línea para conseguir que los maquinistas frenen a tiempo.
– Pero resulta que el depósito de las paletas está cerrado con llave y usted no la tiene…
– Entonces procuraría encender un fuego con cualquier madera que tuviese a la mano para advertir el peligro.
– ¿Y si toda la madera estuviese húmeda?
– Me sacaría la camisa y la agitaría como una bandera.
– Digamos que ese día ha ido usted a trabajar con un polo que le queda apretado y no consigue sacárselo. ¿Qué haría en ese trance?
Comprendiendo que el examinador está decidido a desaprobarlo, el hombre finalmente suspira y dice:
– Pues en ese caso, llamo a Catalina.
– ¿Y quién es Catalina?
– Mi esposa.
– ¿Y para qué la va a llamar?
– ¡Para que vea un choque de la gran p...!
De eso y no de otra cosa estamos hablando, así que si conoce usted a alguna dama curiosa que responda al mencionado nombre, apúrese en convocarla porque encontronazos como el de este jueves no se producen todos los días.