Como el protocolo de toda pesadilla exige, esta parecía no tener fin. Pasmosamente, cuando nadie creía que la colección de ventajistas, farsantes e indocumentados que elegimos en el 2016 podía ser superada, nos encontramos de pronto con este Congreso. Por supuesto que las reglas de juego impulsadas por Vizcarra durante el festival de demagogia que antecedió al proceso electoral del 2020 (particularmente, aquella que prohibía la reelección inmediata de parlamentarios) anunciaban un resultado pobre, pero lo que finalmente obtuvimos hizo que las aprensiones con las que habíamos acudido a las urnas lucieran risibles: no solo llegó al Palacio Legislativo un nuevo ramillete de individualidades evadidas –se diría– la noche anterior del asilo de Arkham, sino que la representación nacional que todas ellas conformaron demostró ser uno de esos raros casos en los que el conjunto es mucho más que la suma de las partes.
Más importante que la ocasional alunada con identidades múltiples o el vigía de ojos desorbitados que nos alertó sobre drones que esparcían el coronavirus por el altiplano ha sido, en efecto, la contundente mayoría con la que este Congreso aprobó iniciativas en las que la inconstitucionalidad pugnaba con la ausencia de criterio por dirimir preeminencias.
–Amenaza ‘critter’–
Con 102 votos se aprobó por insistencia, por ejemplo, la suspensión del cobro de peajes durante la emergencia; con 106, la “devolución” de aportes de la ONP; y con 107 se dispuso inicialmente la “reposición” de miles de docentes que no habían aprobado la evaluación de la carrera magisterial. Y algo parecido sucedió con la norma para sancionar el acaparamiento y la especulación o con aquella otra que dictó el ascenso automático en EsSalud.
Como se ve, leyes que atropellaban contratos, contravenían lo ya demostrado por el razonamiento económico y la historia, y le generaban costos millonarios al Estado en el momento en que menos lo necesitaba. Una vocación casi festiva por hacer trizas la institucionalidad y la salud económica del país. O, si se quiere, un proceder gamberro que en esta pequeña columna nos hizo recordar a los Gremlins y empezar a sospechar que, como decíamos al principio, estábamos asistiendo a la puesta en escena de una pesadilla muy semejante a la de Spielberg. Aunque, claro, con un presupuesto más modesto para el ‘casting’.
Por increíble que parezca, sin embargo, esa pesadilla está ahora por terminar. De la semana que se inicia este lunes, los gremlins criollos no pasan. Conscientes de ello, se han esmerado por hacer algunos gestos aspaventeros de despedida (que ni siquiera vale la pena mencionar), pero ya está: para el viernes estarán de regreso en el llano y su posibilidad de seguir diseñando modos de destruir las cosas valiosas que tanto tiempo les tomó construir a otros será nula.
El problema, no obstante, es que la sensación de alivio podría durarnos poco, porque si algo nos han enseñado los elencos parlamentarios que hemos visto sucederse en el hemiciclo durante las últimas dos décadas es que, por deplorable que una determinada situación sea, siempre puede empeorar. Al Congreso de los donayres y las yesenias lo sucedió este; y al de los Gremlins, bien podría sucederlo el de los Critters.
¿Habrán tenido esta vez los partidos más cuidado a la hora de pasar sus listas de aspirantes a un escaño por el cernidor? Pues, a juzgar por lo que vemos y escuchamos en las entrevistas a los futuros legisladores, no mucho. En algunos casos, son ciertamente los legajos judiciales aquello que nos permite columbrar lo que el periodo parlamentario a punto de iniciarse podría depararnos. Pero en la mayoría de ellos, es más bien la guerra declarada contra Aristóteles y el principio de no contradicción lo que preocupa.
Escuche usted a ciertos congresistas electos explicar cómo así se respetará escrupulosamente el orden constitucional vigente y se llamará al mismo tiempo a una asamblea constituyente. O cómo se enfrentará la economía con responsabilidad y conocimiento, pero de todas maneras se le asignará en el presupuesto el 10% del PBI al sector Educación. O, por último, cómo están abiertos a conversar con absolutamente todas las bancadas para lograr una lista de consenso a la Mesa Directiva… pero eso sí: con las bancadas X o Y, ni muertos. Incursiones, en fin, en el disparate en los que la gravedad del gesto pretende suplir la emancipación del rigor lógico, cuando no el tedio frente a cualquier objeción del prójimo con alguna base bibliográfica.
Y eso que hasta ahora solo hemos tenido oportunidad de ver en acción a unos 15 o 20 de los 130 ciudadanos que ocuparán una curul a partir del próximo 28 de julio. Los demás, en realidad, son los que más inquietantes resultan, porque pueden presentar y votar iniciativas perniciosas sin decir “agua va”.
–Cinco minutos de intermedio–
Si no nos cree, piense usted en la cantidad de integrantes del Congreso gremlin sobre los que no solamente jamás tuvo prueba de que hubieran sido bendecidos con el don del habla, sino que ni siquiera alcanzó a ver en una fotografía, y luego vuelva a considerar las abultadas votaciones de normas tóxicas a las que aludíamos párrafos atrás…
Pero, en fin, no arruinemos la alegría que nos reporta la despedida de esta penosa hueste legisladora con las angustias que nos podría traer su sucesora. Disfrutemos por un instante el fin de una pesadilla antes de que nos asalte la próxima.