Quién lo hubiera visto y quién lo veía. El Guido Bellido que apareció en la conferencia de prensa posterior a su defenestración del cargo que, literalmente, había ostentado por dos meses y pico era otro. Ya no el premier hinchado que sopapeaba verbalmente congresistas y miembros de su Gabinete, sino un ser gris que musitaba frases anodinas para quitarles el cuerpo a las preguntas incómodas de los hombres de prensa que habían acudido a la cita para conocer los detalles de su colapso político. Parafraseando la letra de una conocida canción, alguien podría haberle recitado: ahora ya no hablas tan alto, ahora ya no pareces tan orgulloso. Pero lucía tan disminuido, tan encogido, tan, digamos, ‘apukado’, que a cualquier observador de la escena el esfuerzo de escarnecerlo tendría que habérsele antojado ocioso.
Una buena medida de la irrelevancia a la que de pronto el ex primer ministro se había visto reducido la dio el hecho de que un canal de noticias, harto de su menú sin presa, dejase de transmitir ese último manotazo suyo de protagonismo mientras hablaba. En ese momento, ‘Puka’ ha de haber comprendido la falsedad intrínseca de la consigna leninista aquella que sostiene que “salvo el poder, todo es ilusión”, pues si algo resultó ilusorio en su caso, fue precisamente la sensación de omnipotencia con la que vivió por nueve semanas y media.
–Puedes conservar el sombrero–
Durante ese periodo, el sol se devaluó y la imagen del Gobierno se envileció. Se hace difícil, en realidad, tratar de identificar alguna ganancia en el paso de este prescindible personaje por la Presidencia del Consejo de Ministros. Pero, quién sabe, a lo mejor alguna moraleja útil para los futuros portadores del fajín en cuestión se puede extraer de esta historia. Porque, vamos, el ascenso y caída de Bellido dan para una fábula sobre la vanidad del poder. O si se quiere, sobre la vanidad a secas.
‘Puka’, en efecto, se comportó mientras se desempeñaba como jefe del Gabinete con una altanería que sus inubicables méritos no solventaban. Negaba con una sonrisita que quería ser cachosa sus pasadas loas a Edith Lagos. Se entretenía disparando anatemas contra los ministros que no le parecían lo suficientemente radicales como para salir con él en la foto del Comité Central de la revolución. Anunciaba nacionalizaciones y cuestiones de confianza de las que su presunto jefe no había dicho palabra hasta ese momento. Se lanzaba soliloquios en quechua que, más que estar dirigidos a un sector de la población que igual lo habría comprendido si hablaba en castellano, eran una forma de regodearse en la incapacidad de sus ocasionales interlocutores de entender lo que en ese instante estaba diciendo sobre ellos… Todo le estaba permitido, parecía pensar él, porque había accedido a una posición empírea de cuyos privilegios gozaría para siempre.
Eso fue, probablemente, lo que a fines del mes pasado le provocó la fantasía de que, a pesar de haber llegado tarde al aeropuerto, podía abordar un vuelo de Juliaca a Lima cuando la puerta del avión ya estaba cerrada. Pero, según ha trascendido, el piloto de la nave prefirió ceñirse a lo que las normas a las que estamos sometidos todos los mortales prescriben y lo dejó correctamente sembrado en la pista de despegue.
El episodio tendría que haberlo movido a una reflexión sobre los límites de su cargo, pero ya se sabe que reflexionar es caer en el juego de la derecha y, en consecuencia, él decidió seguir practicando la desautorización y el desplante… Hasta que a mediados de esta semana lo llamaron a Palacio para comunicarle que ya había llenado el álbum y que la fiesta se le había acabado. Lo despojaron ahí mismo de todas las ínfulas del poder; salvo, claro, de su bonito sombrero de ‘boy scout’, con el que seguramente continuará explorando desde el Congreso las infinitas posibilidades del despropósito, pero ya en un tono más quedito. Para decirlo en términos que le resulten familiares, lo hicieron doblar sus plumitas.
–Moraleja inútil–
Con toda la grima que el ex premier provoca, sin embargo, no hay que perder de vista el elemento central de este sainete sin gracia. Esto es, que el verdadero responsable de lo que hemos vivido los peruanos durante estas semanas de infamia es el presidente Castillo. Él fue quien colocó a Bellido en el puesto que sacó a la superficie su personalidad inquietante y quien lo mantuvo allí a pesar de las evidencias de que era la causa de una sangría cotidiana en materia institucional y económica para el país.
Por eso, ahora que ‘Puka’ ha adquirido otra vez su dimensión real, hay que volver los ojos hacia los nuevos integrantes que el mandatario ha llevado al equipo ministerial. En particular, hacia los titulares de las carteras de Interior y Educación, pues a juzgar por sus respectivos vínculos con Cerrón y el Fenate, el Gobierno sigue hipotecado a los intereses que motivaron la crisis de hace unos días y, terminado este fin de semana largo, podríamos despertar a la misma pesadilla de antes, solo que con un ‘casting’ distinto.
Lo único que podría suponer una diferencia con lo anterior es ciertamente la llegada de la señora Mirtha Vásquez al premierato. Pero si una vez instalada en el poder acabara acomodándose a la situación descrita, sabremos que la moraleja de la fábula que su antecesor escribió sin saberlo no sirvió de nada.