Quienes hacen llamados a la paz suelen cosechar simpatías entre la gente. John Lennon fue una prueba viviente de ello. El premier Aníbal Torres, sin embargo, difícilmente esté encaminado a igualar la popularidad del ex beatle. Máximo, la de Yoko Ono.
Como se sabe, el presidente del Consejo de Ministros ensayó esta semana un gesto hacia el Congreso que quería parecer la extensión de una rama de olivo. “A todos los congresistas, mis disculpas por las expresiones que haya manifestado en el fragor de esta contienda”, declaró el miércoles en una conferencia de prensa. Y añadió que lo hacía “con el propósito […] de encontrar consensos para enrumbar nuestro país hacia el bienestar de todos los peruanos”. Un villancico de resonancias patrióticas que no le creen ni los que hacen gárgaras de bicarbonato para prevenir el COVID-19.
Las disculpas, por cierto, venían a cuento porque, dos días antes, el ministro Torres había acusado a un sector mayoritario del Parlamento de pretender “urdir en secreto un plan para generar un golpe de Estado”… Pero esa acusación, a su vez, se produjo solo cinco días después de que hubiera sentenciado ante los medios: “No vamos a confrontar con nadie”. Con lo que queda claro que, amén de evocar los aires del Grinch, el premier tiene algo de ‘chimoltrufio’, pues, así como dice una cosa, puede decir otra.
–El mejor cuadro–
Lo que conspira contra la credibilidad de la invocación pacifista del jefe del Gabinete, no obstante, no es solo la mutabilidad de su ánimo. Socavan también la confianza que sus palabras buscan inspirar los otros mensajes que este gobierno emite permanentemente a propósito de su nula disposición a cambiar aquello que causa los mayores incordios en el Congreso. Esto es, el empeño del presidente por nombrar funcionarios incompetentes o cuestionados por problemas éticos en puestos claves de la administración pública y tratar de sostenerlos en el cargo hasta después del apocalipsis.
Es, en efecto, la vocación del mandatario por convertir en ministros a personajes que parecen evadidos de alguna institución correccional lo que más encrespa a las bancadas de oposición (excepción hecha, eso sí, del caso del titular de Transportes y Comunicaciones, cuya permanencia en el Gabinete provoca un sugestivo aflautamiento de las voces críticas en el Palacio Legislativo). Y el reciente discurso del profesor Castillo acerca de la idoneidad de alguno de sus ministros confirma que, al lumpen enfajinado de estreno, no lo va a mover por iniciativa propia ni aunque el cielo amenace con desplomarse sobre su cabeza sin sombrero.
La presunta virtud con la que ha intentado, por ejemplo, justificar la elección de Hernán Condori como nuevo responsable del sector Salud ha sido su proveniencia “de la chacra”: un argumento que quizás habría surtido algún efecto si habláramos del titular de Agricultura, pero que, en lo que concierne a la cartera encargada de lidiar con la pandemia del coronavirus, no aporta criterio tranquilizador alguno. Poner al frente de tan delicada tarea a un vendedor de pociones mágicas ha sido acaso la más perniciosa de las vilezas que figuran en la foja de servicios del actual inquilino de Palacio; e intentar validarla con exaltaciones de poesía bucólica chambona, un descaro.
Según ha declarado Vladimir Cerrón, Condori es “el mejor cuadro” de Perú Libre para ostentar el puesto al que ha sido nombrado; y quién sabe, a lo mejor tiene razón. Pero, en cualquier caso, ese testimonio solo daría noticia del nivel de los profesionales de la salud que militan en el partido oficialista. Al promotor del agua arracimada alguien tiene que mandarlo de regreso a su feria ambulante. Y con el cuento de la tregua, el gobierno está procurando impedir que ese alguien sea la mayoría opositora en el Congreso.
–Filtro trucho–
Ha circulado durante esta semana una lectura del armisticio entre el Ejecutivo y el Legislativo que en esta pequeña columna no compartimos. Dicen esas interpretaciones que, asustados por las malas nuevas que les ha traído la última encuesta de Ipsos-América Televisión, el presidente, los ministros y los parlamentarios han optado por ponerse de acuerdo para bloquear el “que se vayan todos” registrado por el sondeo y canjearlo por un “nos quedamos todos” de mutua conveniencia.
Aquí, sin embargo, somos de la opinión de que el Ejecutivo ha buscado el alto al fuego por las razones ya mencionadas –el afán de garantizarle a la horda ministerial la anuencia congresal que necesita para permanecer en la posición conquistada– y el Legislativo, simplemente, por no quedar como los malos de la película. Los votos para conseguir la vacancia simplemente no existen; y el escenario que la Constitución contempla para que la disolución del Congreso proceda, tampoco. Por lo tanto, el “que se vayan todos” no tiene forma de materializarse en el futuro cercano.
Haría bien, en consecuencia, la entente de bancadas opositoras en darse cuenta de que el alto al fuego que les ha vendido el gobierno es una engañifa que se evaporará apenas el Gabinete Torres obtenga el voto de confianza que requiere de ella. En lugar de tragarse el filtro trucho que les han dado de beber, los legisladores con aspiraciones de ser tomados en serio por la ciudadanía tendrían, pues, que sacudirse la modorra y, a fuerza de denunciar sus miserias, traerse abajo a los impresentables de ocasión antes de que estos consigan presentarse frente a ellos.