Menuda semana la que termina. Empezó con la renuncia forzada del presidente del Consejo de Ministros, continuó con la aprobación de la modificación constitucional que restablece la bicameralidad y la reelección parlamentaria; y, a manera de fin de fiesta, nos trajo la inhabilitación de dos de los integrantes de la Junta Nacional de Justicia. Cada uno de esos acontecimientos ha merecido ya el análisis de los más agudos observadores políticos. Pero, por experiencia, sabemos que siempre se escurre de la atención de quienes escudriñan el acontecer nacional algún detalle de aspecto inocente que solo en una segunda o tercera lectura de los hechos revela su verdadera naturaleza. Y, en esta oportunidad, tenemos la impresión de que ese detalle se esconde entre los murmullos roncos que el ahora ex premier Alberto Otárola dedicó alguna vez a la señora Yaziré Pinedo en una ya famosa conversación telefónica. En particular, en cierta pregunta aparentemente desconectada del resto del discurso que él plantea a su interlocutora en medio de inquietudes sobre su currículum y sobre las veleidades del corazón femenino.
–Quizás, quizás, quizás–
Aclaremos, antes de continuar, que las cuitas amorosas del caballero en cuestión son solo de interés público porque podrían estar atadas a lo que la contraloría ha considerado una contratación irregular –la de la señora Pinedo– en el Ministerio de Defensa. El diálogo que nos ocupa pudo haber tenido lugar efectivamente en el 2021, como sus dos protagonistas sostienen (es decir, en un momento en el que Otárola no ostentaba cargo alguno en el Ejecutivo), pero el problema es que pone en evidencia que la versión ofrecida originalmente por él sobre su cercanía con una persona que, tras visitarlo cuando ya formaba parte del Gobierno, consiguió una cuestionada colocación en el Estado, es falsa. El renunciado presidente del Consejo de Ministros, en efecto, declaró meses atrás que a la dama de exótico nombre la había conocido en una reunión y no la había vuelto a ver más... Una afirmación que la melcocha que se rebalsa del audio que todos hemos escuchado contradice. ¿Favoreció entonces indebidamente Otárola la contratación de su vieja allegada desde su encumbrada posición oficial? Eso es lo que las investigaciones en marcha deberán establecer.
Dicho esto, volvamos al examen de la conversación que dio pie a esta tormenta política. En ella, distinguimos con toda nitidez a un cortejante empeñoso y a una cortejada desdeñosa. A regañadientes y en tono aburrido admite ella abrigar sentimientos hacia el galán que la apremia, y solo por insistencia accede a una cita con él: un desinterés que la descripción que la señora Pinedo hizo recientemente sobre la relación que tuvo con el exministro parece confirmar. “En su momento fue una relación quizás sentimental, en un período de una semana, quizás menos”, declaró días atrás a la prensa. Y estamos seguros de que a más de uno sus palabras le trajeron a la mente la letra de esa famosa composición del cubano Oswaldo Farrés que empieza con los versos: “Siempre que te pregunto/ que cuándo, cómo y dónde”, y remata cada estrofa con una letanía que todos conocemos.
De pronto, sin embargo, en medio de sus demandas románticas y de orientación vocacional, Otárola desliza una pregunta desconcertante. “¿Cómo están tus gatitos?”, le inquiere a su interlocutora. A lo que ella simplemente responde: “Bien, aquí están conmigo, acompañándome”. Y luego el meloso bolero continúa. Creemos que vale la pena, no obstante, detenernos en este detalle. ¿Qué demonios podían interesarle al encendido pretendiente los gatitos de marras? ¿Es él quizás un desconocido amante de los animales o encierran los mininos por alguna razón la clave del follón en el que se ha enredado? A lo mejor estamos entendiendo todo al revés y en verdad las zalamerías que le dedicaba a la dama eran solo un pretexto para introducir el tema que realmente lo desvelaba: los gatos.
Llegados a este punto en nuestra reflexión enfrentamos, por supuesto, una interrogante mayúscula. ¿Qué secreto ocultan esos felinos que de tanto interés podría resultar para el curtido político? Pues tenemos una teoría: el de sus siete vidas. Como se sabe, si algo permanece invariable en quienes alguna vez acceden a una posición de poder, es su vocación por no dejarla; o, si esto es inevitable, por volver a ella una y otra vez. Esto es, por no morir nunca del todo y tener siempre en ristre una, dos, tres y cuantas vidas hagan falta para subirse de nuevo al estrado de las serpentinas y volver a circular con circulina. Y creemos que eso es lo que sucedía antes y sucede ahora con Otárola.
–La próxima zafacoca–
¿No ha dado acaso el expremier señas de querer volver a ceñirse un fajín o alguna otra banda más holgada cuando los humos de su renuncia se disipen? ¿No ha anunciado que enfrentará a Antauro “desde las calles” y que seguirá bregando por la grandeza de la patria desde el llano? Para cumplir con ese sueño, sin embargo, precisa averiguar primero cómo hacen los gatos para recomponerse de un porrazo como el que él acaba de pegarse. Y, si la vez pasada esa curiosidad le deparó el destino ingrato que hoy lo envuelve, imagínense la zafacoca en la que podría liarlo en el futuro si insiste con la idea.