JUAN PABLO LEÓN ALMENARA
En 1915 la amazonía peruana ya había dejado de oler a madera quemada, resina y ácido: la fiebre del caucho se había extinguido. También había dejado de oler a barbarie, luego de que hayan caído 40.000 nativos por tifus, malaria e inanición, debido a los trabajos forzados y la falta de medidas sanitarias a los que eran expuestos, en manos de empresarios que llegaron aquí para ser los reyes del recurso.
Durante todo el siglo siguiente se creyó que árbol de shiringa, exprimido indiscriminadamente en lo que todos creían una especie infinita, había desaparecido. “Nadie imaginó que 100 años después de la fiebre del caucho encontraríamos una reserva de 250 hectáreas”, sostiene el ex cocalero y hoy empresario Tomás Fasabia.
PRIMEROS PASOSTomás fue parte del grupo de campesinos que a inicios de enero de 2014 atravesaba, en un viaje de rutina, las montañas de selva que le dan sombra al distrito de Chazuta, ubicado a una hora en camioneta de Tarapoto.
“Al comienzo pensábamos que eran pequeños remanentes de lo que se explotó aquí en el siglo anterior. Pero nos dimos cuenta, mientras caminábamos, que era un extraordinario tesoro escondido”, continúa. Una semana después de la excursión, la cifra estaba confirmada: cerca de 2.500 árboles de la especie shiringa adultos y aptos para la extracción del valioso látex los esperaba para ser aprovechados.
Pero aquí en Chazuta nadie pensó en reavivar la otrora fiebre del caucho y mucho menos generar una explosión económica similar a la del siglo pasado, que trajo consigo un exterminio ambiental y social. De hecho, Tomás y sus compañeros fueron los primeros en advertir que la reserva hallada ocupaba la zona de amortiguamiento del área de conservación regional Cordillera Escalera, y debían tomar medidas para cuidar este hábitat.
Era momento de dar el primer paso: “Nuestra propuesta era utilizar los métodos tradicionales por los cuales nuestros ancestros extrajeron el caucho. Recuperar esa técnica después de tanto tiempo fue el reto”, recuerda el experimentado agricultor Julio Saurín Apagueño.
El primer producto fabricado fue un poncho impermeable de caucho de primera calidad. Luego vinieron los morrales y otros bolsos; siguieron con suelas de calzado, y el resultado era cada vez más sorprendente. “El caucho tiene todas las cualidades para exportarlo. Ahora existe un proyecto para fabricar desde preservativos hasta calzado y paraguas, que muchos países tropicales necesitan”, explica Elvis Vidaurre, ingeniero y asesor del Proyecto Huallaga Central y Bajo Mayo, del Gobierno Regional de San Martín.
GRANDES SALTOSApenas dos meses después del hallazgo, la entidad regional ya había puesto a disposición de los nuevos caucheros a especialistas y infraestructura que aseguraban el futuro del negocio.
“Aquí muchas familias han sido rodeadas por el terrorismo y el narcotráfico. El único sustento que tuvieron por años era la venta de hoja de coca, pero ese negocio los exponía al peligro constante. Esta es su oportunidad”, añade Vidaurre.
Ahora, el caucho ha hecho que unas 80 familias de Chazuta abandonen la producción ilegal de hoja de coca y comiencen a vender láminas de hule a fábricas de tuberías y mangueras de Lima y San Martín.
La mejor noticia llegó en junio, cuando los nuevos caucheros artesanales dieron el gran salto del emprendimiento: ya iniciaron el cultivo de su propias plantaciones de shiringa, que en un año crecerán para dejar de depender de las 250 hectáreas descubiertas.