El Vraem es el territorio de lo obvio. El camino a Palmapampa (La Mar, Ayacucho) está adornado por cerros chatos pero gruesos, cubiertos por completo de hoja de coca. En la radio del auto la emisora solo transmite –en quechua– anuncios de venta de productos químicos para mejorar estos cultivos. Al lado de la carretera, canchas de fulbito han sido cubiertas por hojas para secarlas al sol mientras llega el comprador.
Esto no solo lo ve el viajero común, sino también el grupo de policías al que dos reporteros de este Diario acompañó a una incursión entre los cerros de la localidad contigua de Santa Rosa, donde se encontraron dos laboratorios de pasta básica de cocaína. Cuando la policía los encuentra, los hace explosionar. El eco diario de los estallidos es parte del folclor local. También los gritos de protesta.
Este trabajo no es fácil: hace unos años, en diciembre del 2005, cinco policías murieron a balazos al ser emboscados cerca de Palmapampa cuando trasladaban a un traficante detenido. Las radios que venden fertilizantes en quechua emitían también pedidos para que la policía abandone la zona.
El coronel PNP Jhonel Castillo, jefe del Grupo de Operaciones Antidrogas Tácticas en Jungla (Goatj), opina que la receta para frenar el narcotráfico en el Vraem, donde se producen hasta 300 toneladas de cocaína al año, es esta: quebrar la conversión de hoja de coca en droga. Pero en este momento de la historia del narcotráfico, donde en el Vraem ya no hay grandes firmas sino grupos familiares dedicados a la siembra y procesamiento –como cooperativas–, ocurre un fenómeno invariable: se destruye un laboratorio, aparecen dos.
Pista a la vistaLa agencia estatal de noticias solo mencionó una parte de lo que ocurrió el 7 de marzo de este año durante la visita del presidente a Llochegua, uno de los puntos más convulsionados del Vraem. Ollanta Humala inauguró los puentes Tinkuy y Mayapo y dio un breve discurso [“Representa el esfuerzo del Estado …”]. Todo eso decía la nota de prensa, que incluía una foto de Humala con un sombrero de plumas, otra con un megáfono, otra cargando un bebe: la retórica perfecta.
Durante el vuelo de regreso en helicóptero, el piloto guio la nave por encima de una vasta porción de selva en la que, entre la maleza y el río, se podía ver decenas de pistas de aterrizaje que los narcotraficantes utilizan a diario para ‘exportar’ pasta básica y clorhidrato de cocaína a Bolivia, la primera de sus escalas. El rostro del presidente cambió de color.
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