“Que tu alimento sea tu medicina”. Con esa frase, y una sonrisa, nos recibe Eliana García en su pequeña tienda de la avenida Garcilaso, en el corazón de la ciudad del Cusco. El local, atiborrado de productos orgánicos, muchos de ellos cosechados en su propia chacra, busca mantener en el mercado a aquellas semillas autóctonas que están en peligro de desaparecer.
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Como parte de la campaña Peruanos que Suman de El Comercio y el BCP llegamos a la ciudad imperial para conocer a una antropóloga que decidió dejar el mundo académico de lado para dedicarse a preservar las técnicas tradicionales que durante generaciones han utilizado los agricultores cusqueños y que hoy peligran a causa del uso indiscriminado de químicos o la sobreexplotación de las tierras.
“Cuando estaba en la universidad formé parte de un colectivo que promovía la conservación de las semillas y la soberanía alimentaria. Durante ese proceso visitamos a muchas comunidades para aprender sobre el proceso de cultivo. Ahí nos dimos cuenta que muchos campesinos dejaron de ser respetuosos con sus procesos, comenzaron a utilizar muchos fertilizantes y químicos, fumigan cada vez más. Todo esto con la intención de vender más, que la tierra produzca más”, cuenta Eliana mientras termina de colgar los pequeños cartelitos que adornan la puerta de su negocio.
Alarmadas por esta situación, Eliana y otras compañeras tenían dos opciones: “podíamos decirles qué hacer o qué no hacer, o lo podíamos hacer nosotras mismas. Así que nos propusimos convertirnos en agricultoras y respetar los procesos tradicionales”.
Hija de padres campesinos, Eliana creció en el valle de Lucre, una zona donde los campos se vuelven multicolores durante las épocas de cosecha gracias a las variedades de maíces que ahí se cultivan. Una imagen que, sin embargo, Eliana advierte está cambiando últimamente.
“Ahora la mayoría cultiva maíz blanco para venderlo como choclo. Eso está provocando que el maíz amarillo, con el que se produce la chicha, esté en riesgo, lo están dejando de plantar porque se vende menos. Además, al maíz blanco lo envenenan desde que es semilla y cuando ya es un grano lo llenan de conservantes”, lamenta.
Volver al campo, asegura Eliana, fue más difícil de lo que creía. Heredó su pequeña chacra cuando su padre falleció, una partida que coincidió con la época de cosecha. “En mi mente era la etapa más fácil solo había que recoger los productos y sacarlos al mercado, pero no sabía todo el cuidado que requería cosechar. Es frustrante en algún punto porque veía a mis padres hacerlo tan fácil que no imaginé lo trabajoso que resultaba. El campo es como un bebé, debes saber cuándo darle agüita, cuándo deshierbarlo, cuándo ponerle guano”, explica.
Un par de temporadas más tarde, sin embargo, Eliana consiguió dominar tanto la siembra como la cosecha y actualmente en sus tierras de Lucre se puede encontrar maíz blanco, amarillo, chullpi, quinua, kiwicha, habas, alverjas, calabazas y tarwi. Además, también cultiva coca en Quillabamba.
Todo esto, cabe resaltar, respetando los ciclos de la tierra, las fases lunares y sobre todo evitando el uso de químicos sobre sus productos. “Muchos colegas se preocupan por el gorgojo, por ejemplo, yo reemplazo los insecticidas metiendo cáscaras de naranja en el maíz. Ese es solo un pequeño ejemplo de que podemos mantener un producto libre de venenos”, asegura.
De la mano de su labor, Eliana se ha propuesto convertirse en semillera. “Eso implica tener el maíz de mejor calidad para compartirlo con otras personas para que sigan reproduciéndolo. Para ello se necesita tener bastante conocimiento, variedad y calidad de maíz”, señala.
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