Hace ya varios minutos dejamos atrás la peligrosa 26B, aquella ruta que conecta a Huancavelica y Ayacucho, y que nos mantuvo tensos por lo estrecho del camino, lo cerrada de sus curvas y los temerarios conductores con los que nos encontrábamos en sentido contrario.
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Ahora, mientras nos acercamos a la ciudad de Ayacucho una tonada comienza a colmar el ambiente. Pocos metros más adelante descubrimos de dónde proviene al encontrarnos con un grupo bailando y cantando junto a una orquesta.
Decidimos parar un rato para registrar la danza y fotografiar los bellos trajes que usan las mujeres del grupo. “Es por la fiesta de San Juan ¡Salud!”, me sorprende uno de los señores que ahí bailan.
No han pasado ni 10 minutos y ya he recibido tres vasos de cerveza, una infinidad de sonrisas y una invitación a bailar con ellos. Bailar, debo confesar, es una de las habilidades que mejor me ha esquivado durante mis casi 30 años. Pese a ello, la alegría es tanta que me animo a intentar un zapateo que provoca carcajadas en el lugar.
Hugo se encarga de registrar todo.
Ayacucho está feliz y, sin saberlo, nos ha dado la bienvenida más cálida hasta el momento. Ahora nos toca instalarnos en el centro de la ciudad, donde pasaremos la noche antes de encontrarnos con nuestra peruana que suma.
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