El sol arrecia sobre la plaza central de Huancavelica cuando Moisés Villa termina de calzarse su enorme y multicolor montera. A su lado, un grupo de niños de cinco años esperan ansiosos y agitando sus enormes tijeras para poder comenzar. Pronto el maestro se pone al medio de la formación, encienden el equipo de sonido y comienza la magia.
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Como parte de la campaña Peruanos que Suman de El Comercio y el BCP hemos llegado a la ciudad de Huancavelica para conocer a Ccarhuarazu, un artista que ha representado al país en distintas plazas del país y el extranjero, y que ahora se dedica a formar a las nuevas generaciones de danzantes de tijeras.
Nacido a orillas de la laguna Choclococha, en la provincia de Castrovirreyna, la familia Villa Machuca se mudó a la ciudad de Huancavelica cuando Moisés apenas tenía dos años. El quinto de siete hijos encontró en dos de sus hermanos mayor a sus primeros mentores deportivos.
“Practico deporte desde mis 5 o 6 años porque a mi hermano mayor le gustaba la gimnasia y el karate, a mí me lo inculcó. Practiqué gimnasia hasta los 12 o 13 años, luego practiqué atletismo. A los 16 años entré en contacto con la danza de tijeras. Yo me acerqué mediante mi hermano mayor, él aprendió la danza a la misma edad”, cuenta.
Sus abuelos paternos también habían sido danzantes, y pese a que su padre no continuó con esta tradición, tanto Moisés como su hermano lo adoptaron como un estilo de vida. “A mi hermano lo bautizaron como Huamanrazu, en honor a una de las montañas más grandes de Huancavelica. Al yo ser su hermano tomé el nombre de Ccarhuarazu porque son apus hermanos”, explica.
La mística que rodea a la danza de tijeras llevó a que sea declarada Patrimonio Cultural de la Nación en el 2005 y a que la UNESCO la nombre Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad cinco años más tarde. Los maestros que la practican consiguen dominar tanto la gimnasia como el baile y la concentración, esto se refleja en distintas pruebas que atraviesan durante su formación.
“En la danza de tijeras, luego de los bailes al compás del arpa y el violín, viene una secuencia de pruebas. Están las pruebas de cuerpo, pasta y sangre. La prueba de cuerpo es la resistencia de un danzante, como caminar 40 metros de manos; la de pasta hace referencia a la magia, había danzantes que podían volar; y la de sangre o Yawar Mayu exige al danzante probar su valentía y concentración, por ejemplo introducir cuchillos en algunas partes del cuerpo resistiendo el dolor”, explica Moisés mientras nos muestra una de sus piernas llenas de cicatrices, testigos de las pruebas que ha pasado durante sus 25 años de carrera.
Sin embargo, el artista se confiesa preocupado ante la posibilidad de que la danza pierda su esencia y se termine limitando a su lado más comercial. “Actualmente nuestra danza se ha comercializado mucho y eso está poniendo en riesgo su esencia original. Lo que a mí me preocupa es que los más jóvenes ya no bailan las costumbres como antes y se avocan más a la gimnasia. La gimnasia es espectacular, pero hay que respetar la secuencia. A los danzantes de mi generación eso nos preocupa”, asegura.
Por ello, desde el 2008 compagina su trabajo de ingeniero, las presentaciones que lo han llevado a recorrer Latinoamérica y Europa, y forma a las nuevas generaciones de danzantes de tijeras desde su academia. “Las clases de danzas de tijeras las doy gratis, las únicas veces que cobro algo es cuando estamos en temporada de lluvias y juntamos lo necesario para alquilar un local. Tengo alrededor de 50 alumnos que van desde los 4 años hasta más de 40″, cuenta.
Moisés considera que la única forma de mantener viva esta tradición es enseñar todo lo que sabe. “Antes de que me falten fuerzas quiero enseñarles todo lo que yo he aprendido. Mi meta es que mis alumnos lleven nuestra danza y el nombre de Huancavelica a todo el mundo”, asegura.
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