Esta columna de Gustavo Meza Cuadra, ministro de Relaciones Exteriores, fue publicada el 19 de enero del 2020 con motivo del cumpleaños número 100 del ilustre peruano Javier Pérez de Cuéllar. Ayer, el ex secretario general de la ONU y ex primer ministro falleció en su domicilio.
El embajador Javier Pérez de Cuéllar, peruano universal, referente y orgullo del servicio diplomático de la república y de la diplomacia mundial, cumple hoy 100 años. A lo largo de su extraordinaria carrera, invirtió su talento con desprendimiento para forjar consensos políticos de la mayor relevancia. Ejerció los altos cargos de secretario general de las Naciones Unidas (ONU) durante los últimos y complejos años de la Guerra Fría, y los de presidente del Consejo de Ministros y canciller del gobierno de transición del presidente Valentín Paniagua tras la recuperación de la democracia en el 2000.
En estas líneas, deseo rendir homenaje a la figura del diplomático peruano por excelencia, y ofrecer un reconocimiento que es a la vez un profundo agradecimiento. Mis recientes funciones como representante permanente del Perú ante las Naciones Unidas me han permitido apreciar con mayor claridad la complejidad de la responsabilidad que como secretario general supo cumplir a cabalidad, así como la importancia y la vigencia de su legado para hacer frente a los graves desafíos de hoy en día.
Don Javier se incorporó al servicio diplomático de la república a los 24 años, luego de estudiar Derecho y Letras, mientras laboraba como funcionario administrativo en el ministerio. Su primera misión diplomática fue la Legación del Perú en Francia, a donde llegó poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. Desde ahí pudo viajar a Londres para integrarse a la delegación que en 1946 representó al Perú en la primera sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Durante esos primeros años de carrera, fue testigo de la gestación del ordenamiento de la posguerra y de la creciente confrontación entre las dos superpotencias y sus respectivos modelos socioeconómicos y concepciones ideológicas, desarrollando una aguda visión de la política internacional y una firme vocación de paz.
Forjó una implacable reputación en Torre Tagle, donde en los años 60 se desempeñó como secretario general. Junto a otros ilustres diplomáticos como Carlos García Bedoya, Alberto Wagner de Reyna, Juan Miguel Bákula, Carlos Alzamora y Juan José Calle, desarrollaron una política exterior más estratégica, proactiva y autónoma.
En 1971, fue nombrado representante permanente del Perú ante las Naciones Unidas, una posición en la que, en sus propias palabras, pudo apreciar “la inmensa potencialidad de la organización en un mundo que parecía cada vez más interdependiente y necesitado de ayuda económica y técnica para lograr la expansión del desarrollo en todos los países”.
El golpe de Estado de 1974 en Chipre puso a prueba la competencia del diplomático peruano, pues coincidió con que el Perú presidía el Consejo de Seguridad. Un año después, el entonces secretario general Kurt Waldheim designó a don Javier su representante en esa isla. Posteriormente, don Javier fue nombrado secretario general adjunto para asuntos políticos, el segundo puesto más elevado de la organización.
El unánime reconocimiento de sus competencias como mediador confiable y ponderado en 1981 le permitió ser elegido por aclamación, y sin que él se nominase, el quinto secretario general de la ONU. Desde esa posición, siguió desplegando una diplomacia efectiva que reposicionó a las Naciones Unidas como un interlocutor relevante para ayudar a poner fin a la guerra entre Irán e Iraq, y lograr el retiro soviético de Afganistán, la independencia de Namibia, y los acuerdos de paz en El Salvador, entre otros desarrollos que durante años habían parecido imposibles.
En alcance a todo ello, quiero destacar aquí tres aspectos del personaje y de su trayectoria:
—Su extraordinario talento para la diplomacia—
Don Javier llegó a la ONU con una trayectoria impecable, guiada por un elevado sentido del deber y el amor a su país, así como por una vocación humanista y una formación jurídica que fueron sustento de su indeclinable compromiso con la paz, la justicia y la democracia.
A pesar de su prestigio, las dinámicas de la Guerra Fría le plantearon grandes tribulaciones. Debió lidiar con la inestabilidad política de la época, caracterizada por múltiples crisis y conflictos, el escalamiento de una peligrosa carrera armamentista entre las dos superpotencias, y los recortes presupuestarios.
El secretario general enfatizó desde el inicio su independencia e imparcialidad, y supo ejercer sus prerrogativas con autoridad y ponderación. Supo evitar tanto la presunción exagerada de su rol, como el retraimiento frente a cuestiones difíciles y controvertidas. Poco a poco fue ganando la confianza de sus interlocutores, afirmando su autoridad para mediar y promover con eficacia la paz y la seguridad internacionales, y ganando influencia sobre los asuntos globales.
—Su perseverancia y ética de trabajo—
En una célebre ponencia sobre el rol del secretario general ofrecida en 1986 en la Universidad de Oxford, don Javier comparó su difícil labor con la de Sísifo, requerido de “una paciencia infinita y un sentimiento de justicia y humanidad a toda prueba” para sobrellevar su carga.
Lejos de resignarse, usó su posición para cuestionar el funcionamiento del Consejo de Seguridad y desarrollar estrechas relaciones con todos los principales líderes mundiales, desde Ronald Reagan y George H.W. Bush hasta Mijaíl Gorbachov, pasando por Deng Xiaoping, François Mitterrand, Margaret Thatcher y el papa Juan Pablo II.
Cuando los representantes de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad lo buscaron para pedirle que continuara en el puesto por un segundo quinquenio, don Javier vio una oportunidad, y puso como condición que se comprometieran a cooperar en la solución de problemas internacionales. Fue entonces que sus esfuerzos empezaron a rendir frutos; y con ello, las Naciones Unidas pudieron contribuir con el fin de la Guerra Fría facilitando un número sin precedentes de acuerdos de paz.
—Su visión sobre el desarrollo sostenible y la prevención de los conflictos contemporáneos—
Al inicio de su gestión, el secretario general Javier Pérez de Cuéllar consideró que, para mantener la paz y la seguridad internacionales, era fundamental que las Naciones Unidas promovieran el desarrollo y la lucha contra la pobreza.
Las circunstancias de los años 80 no eran las más propicias para ello. Pero el secretario general tuvo la iniciativa de reclutar a la noruega Gro Brundtland, entonces primera ministra para el medio ambiente en el mundo, para presidir la comisión que en 1987 emitió el informe “Nuestro futuro común”, en el que se plantea por primera vez el concepto del desarrollo sostenible y sus tres dimensiones: económica, social y ambiental.
Esa visión es el origen de lo que hoy es la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, de alcance universal.
Don Javier fue consistente en considerar que la paz es mucho más que la ausencia de la guerra. Y fue pionero en advertir la cambiante naturaleza de los conflictos contemporáneos y la necesidad de prevenirlos con un enfoque integral, atendiendo a amenazas entonces emergentes como el terrorismo y el deterioro del medio ambiente, promoviendo el desarrollo sostenible, los derechos humanos y la democracia.
En el 2016, el enfoque de la paz sostenible –o el sostenimiento de la paz– fue aprobado por unanimidad tanto por la Asamblea General como por el Consejo de Seguridad, y precisamente busca prevenir y resolver los conflictos atendiendo a sus causas profundas, promoviendo el desarrollo inclusivo y sostenible, la salvaguardia de los derechos humanos y la gobernanza democrática.
Dicho enfoque es consistente con la experiencia relativamente reciente de nuestro país en materia de pacificación y desarrollo, así como con la necesidad de enfrentar desafíos globales como el cambio climático, la desigualdad o el crimen transnacional. Por ello, su promoción ha sido una de las prioridades del Perú durante su reciente paso por el Consejo de Seguridad.
A lo largo de su vida, don Javier ha sido objeto de numerosos reconocimientos, entre los que destacan el Award for Outstanding Contribution to International Cooperation and World Peace (Estados Unidos, 1985), el Premio Príncipe de Asturias (España, 1987) y el Jawaharlal Nehru Award for International Understanding (India, 1989). Asimismo, recibió el Premio Nobel de la Paz de 1988 en nombre de las Fuerzas de Mantenimiento de la Paz de las Naciones Unidas, más conocidas como los Cascos Azules. También ha sido reconocido con doctorados honoris causa en más de cuarenta universidades, y la Academia Diplomática del Perú lleva con plena justicia su nombre.
Como una nota personal, recuerdo gratamente haber acompañado a don Javier en algunas misiones durante el gobierno de transición del presidente Valentín Paniagua, en mi calidad de responsable de temas de América del Sur en la cancillería. Tuve el honor y el privilegio de acompañar al entonces primer ministro y canciller a reuniones del Grupo de Río y de la Comunidad Andina, entre otros viajes de carácter oficial. Pude apreciar directamente sus cualidades personales y su talento para la diplomacia, así como el ascendente que desplegaba sobre los líderes de la región.
El legado del embajador Pérez de Cuéllar constituye ejemplo e inspiración para quienes tenemos el honor y la responsabilidad de conducir la política exterior peruana y sobre todo a los jóvenes que con vocación de servicio siguen la carrera diplomática. ¡Felices 100 años, don Javier!
(+) Gustavo Meza-Cuadra es actualmente Ministro de Relaciones Exteriores.
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