El que la encabezó está preso e imputado como corrupto y golpista. El que los juntó está prófugo de la justicia. Y quien completó la fórmula hoy sobrevive en el poder tambaleando entre los desatinos diarios, la menguante aprobación y las investigaciones en su contra.
En el 2020, la improvisación unió a los tres integrantes de la fórmula presidencial de Perú Libre que compitió en las elecciones del año siguiente. Aliados en el pasado, luego siguieron sendas políticas opuestas. Lo único en común que tendrán en el futuro son los problemas con la justicia.
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En el 2021, eran la autoproclamada esperanza de un Perú olvidado, una promesa de cambio de rumbo. “Un corrupto es como una gallina que, aunque le quemen el pico, siempre se come los huevos”, cacareaba el entonces candidato presidencial, siempre proclive a las metáforas avícolas. Han pasado solo dos años y hoy ellos son el recluso Pedro Castillo, el fugitivo Vladimir Cerrón y la presidenta investigada Dina Boluarte.
Tal como ha señalado esta semana en un informe de El Comercio el periodista Martín Calderón, cuando se armó la fórmula, la baja de Cerrón en la plancha presidencial era previsible. Tenía una sentencia vigente, por lo que su inscripción fue declarada improcedente. A sabiendas de que su candidatura era legalmente inviable, Cerrón buscó a un candidato para presidente fácilmente mangoneable y a una mujer –no por feminista sino porque la ley lo obligaba– con un discurso combativo para la primera vicepresidencia. Tal como ha confesado el propio Castillo, fue recién en la segunda vuelta del 2021 que él y Boluarte se conocieron en persona, pues hasta entonces solo habían conversado por plataformas virtuales.
Durante la campaña, alguien tuvo la buena idea de ponerle un sombrero al candidato. Crear a un personaje siempre será políticamente más rentable que armar un buen equipo o elaborar un buen plan de gobierno. Fue así que tuvimos al maestro de origen rural con discurso reivindicador que se impuso en una campaña atípica marcada por la pandemia y la polarización.
Hoy Castillo ocupa una celda en la Diroes y aprovecha cada oportunidad que tiene de aparecer en público para victimizarse. Desde la clandestinidad, Cerrón intenta convertirse en una especie de Guido Bellido del valle del Mantaro (hay que reconocer que se esfuerza pero le falta la gracia) y tuitea compulsivamente desde su escondite mensajes en tono de burla contra sus perseguidores. Boluarte, por su parte, subsiste en medio de la opacidad de su gobierno, la ausencia de reflejos y sus extremas ansias de notoriedad internacional. La foto de su audiencia con el papa Francisco –convertida en tétrico meme en las redes sociales– y el viaje que forzó para conseguirla, tendrán seguramente un costo político que puede afectar el escaso pero estable 14% que la respaldaba mensualmente.
Tras la caída en desgracia de los rostros visibles de Perú Libre, hay quienes dudan de que la agrupación tenga futuro político. Pero no hay que olvidar que el partido tiene dos fortalezas que lo mantendrán a flote al menos por algunos años más. Tiene por un lado, y pese al éxodo masivo de los últimos meses, una bancada con una cantidad de representantes que aún le permite negociar y tomar decisiones en el ámbito legislativo. Por el otro, cuenta con una inscripción electoral vigente, el sueño no cumplido de decenas de proyectos políticos que murieron en el intento. A falta de cuadros interesantes, tiene la ventaja del cascarón propio y solo es cuestión de que encuentre al aventurero adecuado que le asegure superar el escollo de la valla electoral. Muchas otras agrupaciones en las que nadie creyó pueden dar fe de que, en nuestro país, el elector siempre ha sido generoso con la improvisación.
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