Otra semana más del fujimorismo actuando de espaldas a la opinión pública. Lo que ha hecho este grupo al dilapidar su capital político tras el 2016 da para caso de estudio de un esfuerzo sostenido de destrucción partidaria.
En vez de entender que su proceso de construcción era todavía endeble, se encargaron de seguir a su lideresa Keiko Fujimori en su cabalgata hacia el fracaso. Compitieron en arrogancia, sobonería y matonería. Sus resultados en las pasadas elecciones locales muestran esta debacle.Pero no es monopolio de este grupo dejar pasar la oportunidad de fortalecer partidos tras un buen resultado electoral.
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Alan García no aprovechó la ventana que le dio su segundo gobierno para intentar reconstruir al Apra. Ganó la elección con un discurso que le dio éxito al partido en el pasado: el centrismo, el cambio responsable. Sin embargo, gobernó hacia la derecha, con desprecio hacia las agendas progresistas. Perdió un espacio que pudo explotarse mucho más.Y, además, gobernó sin el partido.
No me refiero a que llenar el Estado de militantes ayude a fortalecer partidos. Sería muy dañoso para su imagen, ya no estamos en los ochenta. Me refiero a que Alan gobernó sin formar cuadros de peso ni construir un liderazgo alternativo. Poquísimos ministros del PAP, uno de ellos su fiel Nava. Prefirió seguir siendo el rey. E incluso, si vamos más atrás, el impresionante éxito del PAP en las primeras elecciones regionales del 2002 también cuenta como oportunidad desperdiciada.
Un patrón similar se ve en Perú Posible el 2001 y en el Partido Nacionalista en el 2011. Fueron convertidos en una agencia de publicidad para sus líderes, privilegiando a fieles escuderos y no a quienes pudieron darle mejores resultados electorales.
Poco esfuerzo de construcción partidaria, mucho esfuerzo de Toledo y los Humala para evitar que les quiten su partido. Salieron del poder sin dejar candidato o bancada, en lo que es un récord mundial compartido de incompetencia política.
La izquierda también merece una mención en esta historia. Casi sin recursos, lograron en el 2016 un tercer puesto sorpresivo con una candidata que dejó en claro su buen potencial para el futuro. Tenían, además, una marca llamativa. El reto, bastante grande, era lograr que los diversos grupúsculos y candidatos zurdos que suelen dominar la política local en varias zonas del país vieran en el Frente Amplio un espacio de confluencia para competir por el poder.
En este caso no falló el liderazgo: Verónika Mendoza apostaba por la organización. Fueron, más bien, las pequeñeces de líderes que temían a su popularidad y conflictos incomprensibles para los ajenos al mundo rojo lo que los llevó al fracaso. Dividieron la bancada y se borraron como opción electoral en las elecciones locales.
Líderes personalistas que temen dejar de ser cabeza de ratón, segundones más preocupados por una curul o una secretaría general que por su partido, llevan al naufragio. Si les interesa construir partidos deberían, más bien, ver sus éxitos electorales como lo que son: momentos efímeros en un contexto donde construir organización y articular intereses es un camino cuesta arriba. Y luchar por aprovechar su suerte. En vez de ello, se fuman los votos.