Tirar por la borda la gran oportunidad de hacer un buen gobierno y enredarse, a cambio de ello, en un proyecto político conyugal destinado igualmente a terminar fuera de borda representan un doble daño para sus propios perpetradores, pero con mayor gravedad para el Perú, que suma a su lista otro irreversible fracaso presidencial.
En efecto, Ollanta Humala y Nadine Heredia, además de haber hecho del gobierno un pesado signo de parálisis, inseguridad, inestabilidad y confrontación política, y alentado, a costo presupuestal del Estado, un oscuro proyecto de “reelección conyugal”, pretenden ahora descalificar el proceso electoral, arrojar un manto de desconfianza sobre sus autoridades e impedir, en el colmo del cinismo, que candidaturas que no son de su agrado puedan convertirse en alternativas válidas.
A todos nos ha sorprendido, por ejemplo, que Humala sea el firmante de la carta del Partido Nacionalista por la cual se retira la candidatura presidencial de Daniel Urresti, dando como razón la supuesta inconducta de las autoridades electorales.
Vemos así inmiscuido políticamente en el curso del proceso electoral al más alto dignatario de la nación, encargado de garantizarlo a plenitud. Y resulta insólito que el JNE haya aceptado los injustos cuestionamientos de la carta, en lugar de rechazarlos y consiguientemente dejar la candidatura de Urresti en funciones, con el riesgo que temen Humala y Heredia: que el PNP no pase la valla electoral.
Creo, como muchos, que Humala y Heredia pensaron que como venían de hacer dos campañas electorales rentables, política y financieramente (las rutas del dinero venezolano y brasileño no eran entonces tan perceptibles y tan penalizables como ahora), su paso por el gobierno podría ser maleable e impune como los de Chávez y Lula. Olvidaron, con visible torpeza, que cualquier proyecto presidencial continuista no podría abrirse el menor camino, así quisieran poner las leyes de cabeza.
Con el objetivo puesto ya no en el poder del futuro inmediato, sino en el poder del presente, más temprano que tarde descubriríamos a Heredia asumiendo, entre bambalinas, y alegremente, la administración real del gobierno, dejando a Humala el papel de matasellos formal y oficial. Le resultaría a este difícil probar lo contrario, solo porque las leyes y los decretos llevan su firma. La sensación pública más cierta es que hemos tenido hasta hoy un cogobierno que no ha podido disimular su carácter frívolo y anómalo.
Si Heredia, seguramente consciente de las limitaciones de Humala, hubiera restringido sus ambiciones al ejercicio discreto del poder tras el trono, hoy quizá tendríamos un saldo gubernamental distinto y una reserva de liderazgo político válido a futuro, la de ella, en el Partido Nacionalista, inclusive con miras electorales hacia el 2021.
El daño doble y hasta triple que la pareja Humala se ha hecho a sí misma y le ha hecho al país es, pues, enorme e irreparable.
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Ollanta Humala: “En estos meses de campaña electoral, los burócratas no quieren firmar” ► https://t.co/FU7IKU263k pic.twitter.com/hWWNOkSjR4— Política El Comercio (@Politica_ECpe) 19 de marzo de 2016