El presidente Martín Vizcarra balbucea, se pone nervioso, insiste en que su lucha “anticorrupción” es el estandarte de su gobierno, que “lo quieren callar”, que no se corre. Pero la realidad va en otro sentido, el testimonio de un aspirante a colaborador eficaz lo involucra en una coima de un millón de soles pagada por el consorcio Obrainsa-Astaldi cuando se desempeñaba como presidente regional de Moquegua.
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La empresa Obrainsa y en especial los hermanos Ernesto y Elard Tejeda eran viejos conocidos de Martín Vizcarra y su hermano César, pues ya habían hecho negocios juntos antes de que Martín se convirtiera en la máxima autoridad de Moquegua.
El testimonio del aspirante a colaborador eficaz en el caso del ‘club de la construcción’ no solo es contundente, sino también detallado y documentado, pues muestra pagos y detalla que estos se hicieron en dos partes. Pareciera que esta vez la coima sí deja huella.
Además, “como parte de pago”, se pidió el alquiler de una avioneta, hecho confrontado con documentos, correos electrónicos y hasta con lista de pasajeros.
Pese a que los más conspicuos defensores de Vizcarra insisten en que todo debe corroborarse, lo cierto es que este es uno de los testimonios más documentados que se recuerde. La autodenominada “reserva moral” del país, tan solícita para condenar ante solo dichos de colaboradores, ahora exhibe una sorprendente prudencia al momento de calificar al mandatario.
Como era previsible, en el Congreso se alista una segunda moción de vacancia. La primera referida al supuesto tráfico de influencias por la contratación de Richard Cisneros no prosperó –pese a los audios en los que se escuchaba a Vizcarra dando órdenes a sus colaboradores para que mintieran–, la mayoría de parlamentarios, salvo honrosas excepciones, optó “por la gobernabilidad”, siguiendo el guion mediático sobre la inconveniencia de una vacancia presidencial a pocas meses de las elecciones generales. También se echó mano de la narrativa del boicot desestabilizador con el fin de salvar a Vizcarra.
Esta vez el escenario es distinto y las pruebas concluyentes. En aras de la “gobernabilidad”, no se puede aceptar que hechos de corrupción sean trivializados y sus consecuencias postergadas.
Vizcarra debería mirarse en el espejo de su antecesor Pedro Pablo Kuczynski, quien tuvo un respiro en la primera vacancia, pero ante la inminencia de la segunda se vio obligado a renunciar.
La Constitución es clara para evitar cualquier vacío de poder. El poder es efímero y las lealtades también.
Permítanme en estos últimos párrafos expresarles mi decisión de no continuar con este espacio semanal. Asumir nuevos retos profesionales hace incompatible seguir escribiendo esta columna.
Agradezco que me hayan permitido compartir con ustedes, queridos lectores, mis opiniones, puntos de vista y convicciones cada lunes durante los últimos cinco años.
Un agradecimiento especial al diario El Comercio, al que llegué en 1992 como practicante. El Perú de entonces no es el mismo, pero las ganas por construir un país más justo y democrático se mantienen intactas.