Por las declaraciones escuchadas, pareciera que en el nuevo Congreso no hay un sentido de urgencia sobre el reto que tienen por delante. De una campaña cargada de promesas de ser diferentes a sus antecesores hemos pasado a cierta arrogancia displicente con las demandas ciudadanas. Y a negociaciones que no serían malas si dejaran ver un plan ambicioso de acción. No se observa ello.
Es probable que nos espere un año y medio de administrar a medias el Legislativo. Los congresistas seguro intentarán responder a una serie de agendas individuales o locales, lo cual difícilmente sirva para transmitir una voluntad de cambio institucional. Lo que juega a su favor es que tienen bien baja la valla, pues comportándose medianamente bien quedarán mejor que el Congreso anterior.
No sorprende, claro, pues altas expectativas sobre este desempeño no había. De alguna forma estos problemas los tienen todos los congresos del mundo. Los intereses individuales del legislador suelen afectar a la gestión colectiva no solo de su partido, sino de la institución en su conjunto. Pero aquí es peor, pues no existe la preocupación de mediano plazo y autocontrol que suele brindar al congresista la pertenencia a un partido político con vocación de continuidad. Y menos al no existir la posibilidad de reelección.
¿Hay argumentos para motivar un cambio de actitud? Creo que sí. Dos argumentos pueden hacerse. Uno apelando a su interés electoral y otro más altruista (aunque sazonado con algo de prestigio personal).
Para comenzar, lo que hagan en el Congreso tendrá impacto en las elecciones del próximo año. Si la gestión de las bancadas es “más de lo mismo”, probablemente debiliten a sus candidatos. Basta mirar cómo golpeó el desprestigio a quienes dirigían el Congreso anterior. Minimizar el costo político de portarse mal, o no hacer nada, puede ser suicida para estos grupos políticos.
Segundo, tienen mucho que ganar si su deseo es ser recordados como algo más que un Congreso de tránsito y desean mantenerse en política. Pueden conducir unos cuantos procesos que muestren capacidad de renuncia y seriedad en los encargos recibidos. Y con ello marcar un claro contraste con sus antecesores. No sería poca cosa dados los antecedentes. Con poco pueden quedar bastante bien.
La agenda hacia la ciudadanía es clave para mostrar esa voluntad de cambio. Algunas reformas políticas parecen tener consenso y alta aceptación, ojalá no las hagan esperar mucho. La elección de miembros del Tribunal Constitucional debe mostrar que se puede seleccionar en forma seria y transparente. Finalmente, mejorar los sistemas de contratación en la institución, fortalecer el servicio parlamentario y blindarse de prácticas clientelares mostraría capacidad de autorregulación.
Todo ello requiere actuar como políticos que miran el mediano plazo y no la quincena. También poder comunicarlo como colectivo. Están a tiempo de mostrar a los escépticos que estamos equivocados y que el mal precedente del Congreso anterior (y los anteriores) no es excusa para un desempeño mediocre.