En la más diabólica de las ironías de nuestra vida política, el presidente Kuczynski enfrenta un proceso de vacancia prácticamente construido por él mismo, y es invitado a defenderse con la soga al cuello y los pies apenas sostenidos en el trámite constitucional de un Congreso dispuesto a liquidar su mandato.
De haber Kuczynski transparentado oportunamente sus relaciones contractuales y financieras con la empresa brasileña Odebrecht, correspondientes al tiempo en que ejerció puestos ministeriales en el gobierno de Toledo, se hubiera podido convertir en sujeto de investigación y de acusación para cuando finalizara su presidencia.
Su estatus de inmunidad le hubiera permitido trasladar al futuro, esto es al 29 de julio del 2021, una rendición de cuentas, inclusive penal, con todas las molestias y riesgos políticos que ello implicase. Pero haber encapsulado en la oscuridad y en el silencio los hechos que ahora se le imputan, y haber expresado falsedades y medias verdades sobre ellos no ha hecho más que allanarle el camino a la declaración de “incapacidad moral” que el juicio político en curso le reserva.
Increíblemente, mediante una comunicación oficial Odebrecht pone primero a Kuczynski en la peor pendiente de su vida política, para después, seguidamente, con otra comunicación oficial, tratar de salvarlo de su caída libre. ¿Es en esta ambivalencia de Odebrecht en la que quiere vivir el presidente y con la que él quiere construir su defensa? La mejor defensa será la que él haga de sí mismo y será muchísimo mejor si esa defensa ofrece a todos los peruanos la esencia irrefutable de la verdad, así no pueda evitarle la renuncia o la vacancia.
Nada debiera descartar tampoco que el conocimiento de la verdad hasta ahora oculta respecto de la turbia relación de Kuczynski con Odebrecht pueda abrirle una luz al otro lado del túnel y le permita mantenerse en el cargo. Ello, claro está, siempre que su defensa pueda demostrarnos, aun con la soga al cuello, que su persona y su investidura están por encima de la incapacidad moral que se le imputa.
Otra habría sido la suerte de Kuczynski, así cargase con la pesada mochila de Odebrecht, si hubiese sabido ponerse por encima de la innecesaria y desgastante confrontación con el fujimorismo; si hubiese sido más un jefe del Estado que un asustadizo jefe de Gobierno, viviendo la paranoia de la vacancia todo el tiempo y, por si fuera poco, haciendo sobrados méritos para caer en sus redes; y también si hubiese logrado establecer puentes de diálogo y concertación con los demás poderes del Estado, incluido el Legislativo. Ahora pasamos, en un ciclo político dramático y sumario, de la oscuridad presidencial al tumulto del Congreso. Ingrata la oscuridad, ingrato el tumulto. Necesitamos, por eso, una alta dosis de sensatez y responsabilidad para resolver cualquier eventual desenlace a través de los canales institucionales y constitucionales establecidos. No estamos para procurar el linchamiento político de nadie.
Un adelanto de elecciones solo puede ser la opción insensata de quienes buscan pescar a río revuelto.
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