Las circunstancias del destino hicieron que a poco del estreno de “El clon de Tyrone”, nueva película con Jamie Foxx en el elenco protagónico, el actor nacido en Terrell, Texas, sufra un delicado problema de salud que lo puso al borde de la muerte. Entonces, conforme se acercaba la fecha de lanzamiento mundial de la cinta dirigida por el debutante director Juel Taylor, veíamos desde cadenas de oración por su salud, hasta terribles rumores sobre su supuesto deceso.
Felizmente, Foxx salió de la emergencia, se dejó ver en un par de eventos y hace un par de días se animó a contar detalles sobre su emergencia. “Fui al infierno y regresé, y mi camino hacia la recuperación también tiene baches, pero voy a regresar”, ha dicho en un corto video subido a su perfil oficial de Instagram. Superado el incidente, ha tocado prestarle atención a la cinta, estrenada el 21 de julio en un contexto también particular: el intento por ‘relanzar’ la industria del cine de la mano de dos películas tan contrapuestas como interesantes: “Oppenheimer” y “Barbie”.
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Navegando en el streaming – sistema en el que casi todas las estadísticas se manejan de forma interna—”El clon de Tyrone” (Netflix) busca captar simpatizantes con una historia arriesgada, política, pero fundamentalmente surrealista.
En la película de Juel Taylor, Fontaine (John Boyega) es un traficante de drogas al que resulta imposible robarle una sonrisa. Con su habitual gesto adusto, sale de su casa rumbo al motel donde se hospeda Slick Charles (Jamie Foxx), el proxeneta más carismático de Glenn, la comunidad afroamericana donde también habita Yo-Yo (Teyonah Parris), una meretriz que soñaba con escribir crónicas para el New York Times mientras seguía las historias de la detective Nancy Drew.
Fontaine presiona a Slick Charles para que le pague el dinero que este le debe. Tras discutir unos minutos, nuestro narco de dientes dorados sale rumbo a su automóvil. Allí –bajo las luces más oscuras y moradas que puedas imaginar—otro carro se atraviesa. De este último bajan dos tipos muy molestos con Fontaine y le asestan seis balazos. Fin de la primera parte de la película.
Con tonos que nos remiten al denominado blaxplotation, aquel subgénero cinematográfico surgido en los años setenta que buscó (y vaya que logró) realizar la voz de la comunidad negra, “El clon de Tyrone” es mucho más que una historia de narcos, proxenetas y meretrices en medio de una comunidad sumida en el letargo. Y para dejar en claro todo lo que busca, la cinta se sostiene no solo en personajes secundarios (un mendigo sabio sentado sobre un banquillo o un orador poderoso que enciende a los feligreses), sino fundamentalmente en diálogos y mensajes de alto calibre.
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Toca volver a delinear ligeramente el argumento. Superado el shock de los seis balazos, inesperadamente, Fontaine se levanta ‘como nuevo’. A partir de aquí, va a pedirle ayuda a Slick Charles y a Yo-Yo. Ambos no pueden creer lo que ven. Y es tal vez esa capacidad de maravillarse la que los motiva a convertirse en una especie de detectives que, vestidos con botas amarillas (Parris) y atuendos dorados (Foxx), terminarán descubriendo ascensores subterráneos, modernos laboratorios, pero principalmente: que nada era como lo pensaban hasta hoy.
Un detalle no menor: aunque el título de la película alude directamente a clones, la palabra no se menciona sino hasta la hora y cuarenta minutos de su duración. Todo lo que pasó antes, en ese sentido, puede verse como una aventura «sci-fi» en la que iremos descubriendo –a boca cerrada—cómo nuestras pesadillas más alocadas pueden tornarse ciertas en un abrir y cerrar de ojos.
Volviendo a los elementos que adornan la propuesta de Taylor, esta película no escatima en retratarnos una comunidad que gira sin parar sobre su propio eje. Fontaine despierta y todas las mañanas compra una botella grande de la misma bebida, un ticket de lotería, y llena el vaso del mendigo Frog (Leon Lamar), del cual siempre obtendrá una frase con un pie en la filosofía y otro en la charlatanería. A su alrededor todo se mantiene de la misma manera: jóvenes sin futuro por delante, gente que canta desaforada en las iglesias, y ausencia de autoridad.
Si tuviéramos que enumerar una lista de aciertos en esta interesante apuesta de un director joven, lo primero que se nos viene a la cabeza es la forma en cómo presenta sus diálogos. Desde su humor irreverente y negro, Slick Charles (quejón porque las meretrices que explota ‘le pagan mal’), encuentra una gran socia en Yo-Yo, una astuta mujer que “necesita 50 dólares para completar su salida del negocio yéndose a Memphis”. En la forma en cómo estos personajes reflexionan sobre su realidad para –de la mano de Fontaine—descifrar la manera en la que su comunidad resulta casi hipnotizada mientras come compulsivamente pollo frito, toma jugo de uva o se pinta el pelo en la peluquería de confianza, es donde tendremos el check número uno.
La complicidad o química que estos tres personajes irradian a lo largo de dos horas de historia, sin embargo, no bastan para completar un trabajo redondo. En su propósito de abarcar diversos temas, “El clon de Tyrone” pone varias veces los pies sobre materia política. Así aparece Nixon (Kiefer Sutherland), una especie de regente gubernamental que dirige siniestramente un ‘experimento’ desde el más profundo subsuelo de Glenn. Comienza en este punto un sin número de mensajes que nos llevan a una sola idea: la del entorno controlado. “Si todos estamos en misma sintonía, no nos arrancamos la cabeza entre nosotros”, señala el villano al intentar justificar su trabajo ante las varias inquietudes de los tres ‘detectives’ que osaron rebelarse.
Al plantear y presentarnos el problema de su historia es que Taylor acierta de forma inobjetable: ¿A quién alguna vez no le rondó en la cabeza la idea de que somos simples marionetas de algo mucho más grande? En una segunda línea estaría el humor ya mencionado, el espíritu de comunidad, los elementos propios del ‘blaxplotation’, que nos pueden retrotraer acaso a clásicos como “Sweet Sweetbacks Baadassss Song” o a golpes de brillantez como “Shaft”.
Sin embargo, cuando la exposición se acaba es que la trama se va debilitando. Porque recorrer un interminable laboratorio subterráneo con decenas de clones encapsulados en fluidos no tiene nada de disruptivo, menos aún de artístico. El villano Nixon es un guardián celoso de algo que parece no tener cabeza. En la misma línea, cuesta creer cómo si una entidad gubernamental (CIA o la que deseen imaginar) es capaz de armar un tinglado de engaños y control masivo, puede a la vez –contradictoriamente—dejarse tomar el pelo con un falso muerto de forma tan simple.
Aunque nada de esto debe opacar que estamos ante una gran primera película de Juel Taylor. Sin duda, la mejor carta de presentación para lo que es su salto desde la escritura de guiones (Co-escribió “Creed 2″ y “Space Jam 2″) a la dirección. Esto de la mano de un elenco virtuoso, rebosante de química, pero, sobre todo, con una historia que aspira a alejarse del lugar común, algo tan presente en los ránkings de lo más visto – precisamente-- en Netflix.
EL CLON DE TYRONE: NETFLIX
Director: Juel Taylor
Elenco: John Boyega, Jamie Foxx, Teyonah Parris
Sinopsis: Tras una serie de eventos escalofriantes, un insólito trío (John Boyega, Teyonah Parris y Jamie Foxx) se propone desentrañar una siniestra conspiración que amenaza su vecindario.
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