El número de las visualizaciones de “Hasta que la plata nos separe” sube y baja en Netflix, pero la cantidad de sunoscriptores enamorados de la comedia la mantienen en el primer puesto de series de TV (de habla no inglesa) desde hace seis semanas; solo en el segundo lugar en la última de noviembre. Con 85 episodios, el remake de RCN Televisión superó las expectativas. La historia creada por Fernando Gaitán en 2006 ingresa tras el retiro del diamante colombiano muy bien posicionado en la plataforma, “Yo soy Betty, la fea”. ¿Pero se justifica esta popularidad con lo que ofrece la historia?
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“Hasta que la plata nos separe” empieza con humor y naturalidad. Un vendedor ambulante carga artefactos variados, incluido un rascador de espalda, en la maletera de su auto. “¡Ramén! La miscelánea rodante, banda ancha, más rápida de por aquí. ¿Quién dijo que solo los ricos piden cosas por internet para que les llegue a la puerta de su casa?”, dice Rafael Méndez (Sebastián Martínez), mientras conduce por un barrio humilde de Colombia. Católico, honesto y resolutivo, el hombre maneja con cuidado. A una persona como él, con familia, novia, trabajo y sin antecedentes penales, un accidente es lo único que podría cambiarle la vida. Y así sucede.
Un movimiento de curva a alta velocidad en la carretera voltea el mundo de Méndez, cuando atropella a la mujer de su vida: Alejandra Maldonado (Carmen Villalobos), una importante hacendada y ejecutiva de ventas en una empresa de automóviles de lujo. Desde ese momento, surge una guerra de dinero por la cancelación de una gran deuda debido al accidente. Rafael pasa por injusticias y humillaciones en la compañía donde “la doctora” es gerente. La vendedora, que antes se regodeaba de su belleza, ahora cojea de un pie y aborrece al autor del traumático choque que vivió. Sin embargo, lo acepta como empleado en su equipo.
Así comienza una historia de amor y odio que solo la plata, el fin de la deuda o un irremediable error, terminará.
Después del accidente, el carácter de Alejandra es distinto. Casi todos los días, ella lo amenaza con su bastón, apenas siente un mínimo error de su parte. Además, entra en crisis de ansiedad que solo el apretón de una pulsera de liga en su muñeca puede calmar. Pero el hombre, paciente e ingenuo, tolera sus gritos, reproches y amenazas.
Por años, el abogado “más importante de la ciudad”, Luciano Valenzuela, acompañó a Alejandra como asesor legal en la administración de la hacienda de su familia. Su novio finge adorarla y desearla, aunque siente repulsión por las cicatrices que dejó el accidente en la piel de su “princess”. En realidad, la relación de la pareja se basa en la superficialidad y el ego de un hombre que es mucho más peligroso de lo que parece.
Por otro lado, Méndez tiene una relación con la sensual y caprichosa vecina de su barrio, Vicky, a quien llama “la pajarita”. Ella es la hija del carnicero más conservador de la zona. Sus hermanos y padre revuelven del susto a Rafael. Prácticamente, lo obligan a ser pareja de la joven bajo la excusa del respeto que le debe a la familia.
Sin embargo, Vicky pasa de ser una joven melosa a convertirse en una mujer controladora e irracional. Da la casualidad que el único que tolera su personalidad es el mejor amigo de Rafael, Jaime Rincón, un estudiante de Derecho y su vecino. Usualmente, él encuentra amparo en el padre de la Iglesia local para resarcirse de sus pecados, aunque no siempre obtenga consuelo del chismoso párroco.
Ingenuo en el amor, Jaime intenta no pecar cuando ve a la mujer de su mejor amigo como algo más que una cuñada política. Al mismo tiempo, lucha contra los sentimientos que tiene por la hermana menor de Rafael, Milenita. La respeta y la cuida, incluso cuando ella va por el mal camino.
En la compañía de automóviles donde trabaja Alejandra, hay un equipo de vendedores talentoso, pero chismoso. Uno de sus miembros, Wilfer Fonseca, “el Dandy”, siempre tuvo como estrategia de ventas la seducción, la forma de atraer a compradoras de edad adulta. Para Isabella, la asistente de la empresa, él es un picaflor que engaña a las mujeres. Con el tiempo, una amistad surge entre ambos y se convierte en un bache para la relación más importante de la telenovela.
Dos de los vendedores más importantes de la compañía, Matías y Marino, tienen una relación de amigos inseparable. Con el tiempo, los sentimientos de uno confunden al otro. Un largo proceso para que ambos acepten su orientación sexual concluye. Inicia con violencia y se repara con terapia psicológica.
Balance
De la noche a la mañana, se descubren amoríos impensables y los personajes sufren cambios de decisión abruptos, típicos de una caricatura plana que aburre a quien no entiende el chiste. Esto es menos tolerable al ver el carácter de los protagonistas, como Rafael, un hombre que no sabe decir que “no” y cede ante las presiones de la familia de su novia. Otros personajes aceptan situaciones que les hacen daño, sea que los golpeen o insulten sin razón alguna. Por ejemplo, Marino muele a golpes a quien después sería el amor de su vida y pasa por una catarsis antes de darse cuenta que es gay, pero no hay un desarrollo de su pasado y presente machista. Tenemos que entender que ha cambiado y ya está.
Por un lado, Alejandra y Rafael son el romance más divertido. En cada episodio, generan una angustia en el público por saber cuándo volverán a estar juntos. Pero no son los únicos: la lista de romances en esta ficción es aún más larga. Isabelita y Dandy, o Jaime y la Pajarita, también son casos que da ganas de seguir los pasos para ver si logran la felicidad, porque de eso depende la de los demás.
Por otro lado, el sufrimiento lleno de lágrimas de cocodrilo de los personajes termina cuando las mentiras del abogado corrupto y villano de la historia, Luciano Valenzuela, se van descubriendo. El gesto delicado con sus puños, su risa por las desgracias de las personas y su descabellada motivación por el dinero complementan el humor del guion. Da ganas de presionar “siguiente episodio” y no adelantar demasiado los capítulos para saber cuánto le va a durar el teatro al cínico. Sin duda, los directores de la producción Israel Sánchez y Olga Lucía Rodríguez acertaron en el rol del actor colombiano Gregorio Pernía.
Usualmente, las telenovelas destrozan las historias con un error común: los finales rápidos. En “Hasta que la plata nos separe” ocurre lo mismo con el romance alborotado de Alejandra y Rafael. Sin hacer mucho spoiler, podemos decir que los problemas de la pareja se van disolviendo en el camino, pero el destape de los secretos es menos complejo de lo que uno esperaría para el probable final de “vivieron felices para siempre” que los amantes de las comedias saben que va a suceder. Esto tiene que ver con Luciano, quien deja de ser una amenaza para ellos en el capítulo 77, donde ocurre otro accidente absurdo.
Pero, ¿a quién engañamos? Quienes ven telenovelas son esos latinos que quieren reírse de lo disparatado. A veces, es más graciosa una acción tan torpe que da rabia, en vez de un juego de humor inteligente. Por eso, en esta historia, las parejas son manipuladoras y se desesperan cada cinco minutos por algo que se podría resolver con buena comunicación o una denuncia pública. No ha sido una suerte que el éxito de la producción en Netflix (en América Latina) se haya dado cuando entró a la plataforma, a diferencia del trágico rating que tuvo durante su estreno en RCN y Telemundo a inicios de año. La historia exprimió la ultima gota del drama en el último capítulo, así que es difícil que haya una segunda temporada.
"Hasta que la plata nos separe" (2006-2007)
En 2006, RCN transmitió la telenovela con los personajes de Alejandra y Rafael en la piel de los actores Marcela Carvajal y Víctor Hugo Cabrera. En el siguiente capítulo, la ejecutiva de ventas le enseña al nuevo vendedor de la compañía de autos el arte de las ventas. La escena es casi una réplica, aunque desde otro ángulo, de la misma de 2022 en uno de los capítulos de Netflix.
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