A los 44 años, poseedora de un indiscutible don para la fertilidad, la británica Sue Radford vive su embarazo número 22. Cambia pañales desde los 14. Sus ansias reproductivas la han llevado a pasar 811 semanas de su vida encinta; casi 16 años en estado de gestación. Su hijo mayor tiene 30; el menor, 11 meses. En promedio, Sue Radford tiene hijos a razón de una criatura cada año y medio. Su esposo, Noel, ha dicho a la prensa que tras el nacimiento de la última bebé se hará la vasectomía. Por segunda vez.
Situación inversa atraviesa la australiana Natalie Imbruglia, cantante de éxito en Reino Unido, recordada por estos lares gracias al hit noventero Torn. A los 44, después de un matrimonio fallido y no pocas relaciones sentimentales, recién se ha estrenado en la maternidad. Su hijo nació en octubre de 2019, tras una fecundación in vitro. Imbruglia lo anunció con este mensaje en sus redes sociales: “Bienvenido al mundo Max Valentine. El corazón me va a explotar”.
A los 44, el español Luis Oliveira Aldao, técnico de fútbol desde los 18 años en ligas regionales de su país, decidió jubilarse de los banquillos. No le había ido mal con su último club, el Moraña; sin embargo, al cabo de dos décadas de alternar con jugadores, pizarras y vestuarios sencillamente optó por el retiro definitivo: “No lo dejo por falta de trabajo, sino por falta de ilusión”.
Ilusión a los 44 fue, en cambio, lo que en 1962 le sobró al norteamericano Sam Walton, quien a esa edad se animó a abrir su primera tienda. Hasta entonces no tenía más experiencia que haber atendido en bodegas de barrio, pero era un gran observador del comportamiento y las preferencias de los clientes. Utilizó las tres primeras letras de su apellido y bautizó a su nuevo pequeño negocio “Walmart”. Treinta años más tarde, era dueño de casi dos mil supermercados y sus ganancias superaban los dos mil millones de dólares.
Nada está dicho a los 44. Unos ciclos se cierran, otros recién comienzan. Es cierto que ya no eres lo suficientemente joven para seguir confiando en los idealismos que en su día te hicieron pensar que el mundo tal como lo conocías podía cambiarse, pero tampoco estás tan achacoso como para mirar el futuro con languidez y oscuridad.
Sobre metas alcanzadas u oportunidades desperdiciadas, hay casuística tanto para entusiasmarse como para deprimirse. Camus recibió el Premio Nobel de Literatura justamente a los 44, pero Raymond Chandler recién empezó a escribir a esa edad, después de perder su trabajo en una empresa petrolera durante la Gran Depresión. El actor Bryan Cranston, el impredecible Walter White de Breaking Bad, se hizo famoso recién a los 44. Aunque fue también a los 44 que se suicidó Pilar Donoso, la hija de José Donoso, autora de la impactante novela Correr el tupido velo. Con 44 años, Napoleón perdió en Leipzig, la mayor batalla de todas las guerras napoleónicas. El legendario boxeador Archie Moore, el mayor noqueador de la historia, fue campeón mundial de los semipesados a los 44. A los 44, Blanca Varela escribió uno de sus poemas más desgarradores, “Secreto de familia”. Augusto Polo Campos, con 44, compuso su gran vals Cariño bonito. Y con 44 años cumplidos murieron dos ídolos del pueblo, Kukín y Chacalón.
Mañana cumplo 44. Hasta ahora todo marcha bien. O no. Difícil medirlo desde esa confusa medianía que teóricamente representa la cuarentena para un peruano cuya expectativa de vida llega, en promedio, a los 75.
Donde la cifra sin duda golpea más fuerte es en la salud, porque a los 44 –además de dolencias musculares varias– empiezas a familiarizarte con términos urológicos que hasta hace poco solo asociabas con la senectud más galopante: “déficit de testosterona”, “aumento del tamaño prostático”, “disfunción eréctil”; sin embargo, aún te sientes en plena forma para determinados deportes (asumiendo que cargar a tu hija de dos años sobre los hombros a lo largo de cinco cuadras califica como actividad deportiva).
En resumen: los 44 llegan sin sensación de vejez. Me he vuelto, sí, un renegón profesional. Mi esposa me ha bautizado Elmer Gruñón. Solo que no cargo escopeta y todavía me queda pelo. //