Hay todo tipo de personas. Las que transitan sin cuestionarse mucho, cumplen con sus expectativas personales o al menos dirigen estrategias de vida y energía en hacerlo. Las que se cuestionan, se inquietan y movilizan en busca de respuestas. Las que nacen con propósito y las que lo encuentran en el camino, los que son fieles a los que su corazón dicta y los que todavía no saben qué es lo que quieren.
Hace poco conocí a dos personas no solo fieles a lo que su corazón dicta, sino también con una misión de vida o muerte: Víctor Zambrano e Isabel Yalico (www.tambopatas.org).
Viajé a la Reserva Nacional de Tambopata invitada por ellos y su organización, un grupo de valientes que tiene como misión proteger esas milagrosas tierras.
Los ubico: Tambopata se encuentra dentro del departamento de Madre de Dios. No solo es hábitat de gran diversidad de flora y fauna y la cuenca de su río, el Tambopata, alberga uno de los mayores índices de diversidad biológica, sino que es cuna de muchas especies en extinción, además de paradero de 40 especies de aves migratorias. Dede hace varios años este espacio en protección se está viendo amenazado por la minería ilegal. Todos sabemos que las consecuencias de tal depredación son devastadoras: la deforestación, la contaminación del ambiente, la consecuencia directa en la salud de los pobladores de la zona, la desaparición de cientos de especies. Solo el año pasado, arrasó con 95 mil hectáreas de bosque.
Por todas esas razones, amigos de la reserva –Los Tambopatas– unieron sus fuerzas con la intención de ganarle al monstruo de la minería ilegal, a pesar de su poder político, económico y sus amenazas de muerte.
Mi viaje tenía un objetivo: permitirme conocer el lugar y su importancia vital para el planeta, y compartir su mensaje: nuestra selva necesita de tu ayuda.
Porque defenderla cuesta sudor, lágrimas y hasta la integridad.Tanto Víctor como Isabel han sido amenazados. Durante años han temido por sus vidas, pero nunca han dado un paso atrás. Su compromiso es papal.
Poder tener la oportunidad de compartir con ellos en su lugar más especial, escucharlos hablar y cantar, reírnos y caminar y sudar fue una experiencia maravillosa.
Todo esto entre monos aulladores, 120 especies de mariposas, cielo infinito y clorofila por doquier.
En la travesía me acompañaron dos cocineros –Luciano Mazzetti, Pedro Miguel Schiaffino–; una amiga y fotógrafa especializada en niños, Ale Behr; el equipo de Reporte semanal; un periodista de esta misma casa y un reportero gráfico.
Todos visitamos el lago Sandoval, donde quizás experimenté uno de los momentos más calmos de mi vida, caminamos entre las copas de los árboles (gracias al sistema de puentes colgantes ubicado en las instalaciones de Inkaterra), salimos a navegar el río de noche, aprendimos sobre el cacao, las palmeras, visitamos un biohuerto, respiramos aire limpio, fuimos felices y salimos de nuestra burbuja.
Todos tuvimos la suerte de poder experimentar la magia de la selva. El hospedaje en Inkaterra promete un servicio noble y una experiencia culinaria exquisita en medio de la madre tierra, arrullada por la sinfonía de la fauna amazónica.
Es un viaje único. La selva es maravillosa y sí, hay que verla,caminarla, olerla y sentirla en persona –nada se compara a esa experiencia– para caer rendidos a su tierra.
Como Víctor e Isabel, que, comprometidos con su vida, han decidido defenderla, cargando con un pacto que debería ser de todo peruano. //