Nadie quiere mucho a la primera presidenta del país. La derecha la mastica pero no la traga, la izquierda se la quiere comer. Lima la horrible, especialmente en las redes donde es además esquizofrénica, populista y tribal, vocifera que la horrorosa es ella, la apurimeña asesina que desde la capital no entiende la justa protesta que incendia comisaría y poder judicial en Puno y logra que un no nacido tenga por grotesca causa de muerte el bloqueo de carretera. Las muertes transformadas en tétrico marcador que se sigue según indignación selectiva. Que se vayan todos. Empezando por los que doparon a Castillo para que diera un golpe, dicen los manifestantes de provincia que quieren tomar una ciudad donde los provincianos son mayoría.
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Dina, hamletiana pura, es rehén de su propio dilema de ser o no ser: ¿seguir cantando Falsía o sucumbir a al vértigo del pret a porter? ¿Predicar aún la inocencia silvestre de su exjefe Castillo o asumir hieráticamente la responsabilidad de quitar vidas en nombre del orden, fatalidad que debió ser evitada en nombre de la civilización que ahora se nos escapa? Su última verbalización fallida transparenta el extravío:
- Tomen Lima, pero en paz.
Que es como decir come, pero con la boca cerrada. No hubo paz. Los limeños solidarios con el sacrificio ajeno pero miopes al aprovechamiento político vieron en vivo y directo la diferencia entre protesta y vandalismo. No es lo mismo ir a insultar policías a Larcomar mientras papi paga la universidad que ir a destruir el centro para atacar uniformados. No es lo mismo una agenda justa y reinvindicativa que una agenda política estratégica, que supone atacar aeropuertos, prensa y policía, el enemigo por default con la complicada misión de defender un orden casi invisible y a quienes – como a ti, revolucionario del Parque Kennedy- también una familia les espera en casa.
Que sufra mucho, pero que nunca muera, vals que pudo haber cantado Shakira para evitarle trauma futuro a sus hijos, es lo que la presidenta Boluarte está viviendo en carne propia. Su achoramiento estilo lapicito del que hizo gala en campaña, enfilando contra todo lo que no suspirara ante el sex appeal del maestro con sombrero identitario, se ha visto ahora diluído – algunos dirán traicionado – al tocarle estar del otro lado del mostrador. El lado del que gobierna. Un bumeran envenenado ha vuelto a la propia mano que lo lanzó.
Paradójicamente, el gobierno es el lugar al que todos quieren llegar para luego no saber qué hacer, incompetencia que suele resolverse echándole la culpa al antecesor que tampoco sabía que hacer pero eso es culpa de otro. El reciclaje, como el pisco, es peruano.
Una antigua publicidad de tractores escondía un precepto filosófico universal y perdurable. Era aquél contenido en el slogar publicitario de Caterpillar. Así vendían la funcionalidad de esos esos camiones inmensos y amarillos: No hay soluciones simples, solo alternativas inteligentes.
La sabiduría de la maquinaria pesada parecería no aplicar a la coyuntura peruana. Obviamente no hay soluciones simples, pero a primera vista (y a segunda, tercera y cuarta) tampoco se vislumbran alternativas inteligentes. Ni siquiera hay inteligencia a la vista.
Si Dina renuncia la situación que ya es precaria quedaría aún más débil. Formalmente se institucionalizaría el país en donde el contrato social no se rige por leyes sino por la violencia apañada según algoritmo, y en donde el espacio de la defensa del sistema lo ocuparían las balas. Al medio, la olla de grillos e invertebrados varios que habitan en el congreso se sacaran los ojos por un poder que no saben usar a favor de terceros.
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La renuncia de Dina sería una victoria pírrica de los manifestantes y violentistas. Si el congreso no lo impide mediante maniobra ya en marcha, el presidente el Congreso, militar que expectoró y liquidó a los terrorista del MRTA de la Embajada del Japón, no será hamletiano al asumir la presidencia como encargo. Si de Shakespeare se trata, posiblemente estaría más próximo a la tragedia de Romeo y Julieta. Ahí se dice que la clemencia sería asesina si a los asesinos perdonara.
Prolongar la agonía de Boluarte como status quo comatoso hasta las próximas elecciones adelantadas suena a una salida zombie al apocalipsis. Si quiere, tal vez no pueda. Y si puede, tal vez no quiera. Cincuenta muertes a cuesta es sombra certera de cárcel. Pero hasta la necropsia adquiere visos de alternativa cuando se postulan posibilidades tragicómicas como postular a la congresista Susel Paredes como presidenta interina. Encantó en Carmín y se hizo de un perfil persiguiendo emolienteros ambulantes en Gamarra, que quede claro. Pero al lado de Susel Paredes, Dina Boluarte empieza a adquirir un aire al perfil del amigo elegido. Tal vez tampoco sepa adónde vamos, no sabe usar el embrague ni qué carril ocupar, pero el menos no suelta el timón. Hasta ahora. Así de jodidos estamos.