Habrá que esperar la celebración de Año Nuevo para constatar lo que muchos advertimos con agrado la pasada Navidad: los pirotécnicos ya no estallan en el cielo de Lima como antes, al menos no durante toda la noche, al menos no con aquel estrépito constante que volvía salvaje hasta al más dócil de los perros falderos.
Confieso haber crecido detonando cohetecillos, arrancadores, silbadores, petardos, chapanas y demás artificios execrables –adquiridos casi siempre en la vía pública o en negocios clandestinos de dudosa facturación–, pero incluso en aquellos tiempos ya me parecía paradójica, extraña, diría incluso perversa, la propensión hacia el estruendo en una ciudad que durante una década padeció la voladura de torres de alta tensión y los bombazos en entidades públicas y privadas a manos del terrorismo.
Recuérdenlo: muchos de nosotros nos educamos oyendo o temiendo explosiones, hablando con frecuencia de las “ondas expansivas”; viendo noticias sobre los “kilos de dinamita” empleados en los atentados. Así sonaba el fondo de la vida cotidiana. Pese a ello, llegaba diciembre y, en lugar de quedarnos quietecitos manipulando inofensivas Chispitas Mariposas, muchos pugnábamos por abastecernos de un ‘arsenal’ de ‘fuegos artificiales’ para tener con qué ‘celebrar’ las fiestas.
Quizás estábamos demasiado acostumbrados a la bulla o quizá daba miedo quedarse callados. No lo sé. Lo cierto es que aquellos usos pirotécnicos de los ochenta y noventa estuvieron siempre regidos por la más clamorosa ilegalidad. No había ningún escrúpulo en su circulación, ningún pudor en su venta, ningún prurito en su compra y ninguna responsabilidad en su empleo. Si usted en el pasado activó una rata blanca, un rascapié, una calavera, un bin laden o cualquier artilugio artesanal relleno de pólvora, y no quedó manco o ciego, sépalo: fue de milagro.
Hoy las cosas son distintas. Repito, falta ver qué sucede la noche del 31, pero vale destacar ciertas acciones tomadas. Primero, la firmeza de un puñado de autoridades. De los 49 alcaldes que gobiernan en Lima, 12 de ellos (Lima, Pueblo Libre, Magdalena, Surco, San Borja, Barranco, La Molina, Miraflores, San Miguel, San Isidro, Ate e Independencia) dispusieron ordenanzas y sanciones económicas para evitar el uso de estos artefactos en sus jurisdicciones. Otros siete (San Martín de Porres, Carabayllo, El Agustino, Los Olivos, La Punta, Ventanilla y Bellavista) firmaron comunicados rechazando esta práctica. Es un avance.
En segundo lugar está el trabajo activo del ente regulador. Desde hace meses la Sucamec, además de incautar toneladas de mercadería prohibida como cada año, y de lanzar agresivas campañas sobre el uso responsable de fuegos artificiales, ha fomentado la denuncia de puntos de venta ilegal a través de una aplicación digital; un acierto en un país cuya penetración de Internet no deja de incrementarse año a año.
Finalmente, es innegable lo eficaz que ha resultado la iniciativa por proteger a aquellos que más sufren las consecuencias del ruido de las bombardas: desde los niños con autismo hasta las mascotas. Gracias a esas cruzadas promovidas desde las redes sociales, el tema despierta ahora mayor sensibilidad en el público.
Tengo la optimista impresión de que un número significativo de peruanos estamos aprendiendo a sancionar prácticas nocivas que nuestros padres y abuelos asumían como normales, y que incluso nosotros validábamos. Pienso ya no solo en las conductas machistas y discriminadoras, sino en diversos aspectos de nuestra convivencia, hechos en los que hace 30 o 40 años nadie reparaba. Colocarse el cinturón de seguridad al momento de conducir. Fumar en lugares públicos. Manejar en estado de ebriedad. Volver a usar bolsas de tela en el supermercado. Beber con cañitas de plástico. Recoger los excrementos de nuestras mascotas en las calles. Distribuir la basura para reciclarla correctamente. Etcétera. La reeducación cuesta, pero confiemos en que algún día haremos todo eso de manera natural.
Desde luego, es mucho más lo pendiente, desde erradicar el claxon hasta pagar nuestros impuestos con puntualidad, pero hay cosas que venimos haciendo bien y hoy vale la pena elogiarnos por ello. Si vamos a reventar cohetes, que sea entre nosotros mismos. //