Uno de los síntomas más llamativos de la fiebre mundialista desatada por la clasificación a Rusia tiene su origen en la industria editorial. El milagro obrado por la selección de Gareca ha impulsado a varios peruanos de más o menos la misma generación a escribir libros; libros singulares, necesarios, ambiciosos, bíblicos, sentimentales, que por un lado dejan constancia notarial de la vuelta a la Copa del Mundo después de casi cuatro décadas y, por otro, refieren las interioridades del calvario que supuso tanta espera. No deberían sorprender estos lanzamientos si pensamos que así construye una sociedad su memoria: dándoles narrativa a sus conquistas, dejando que el lenguaje intente explicar lo que de otra manera sería inexplicable.
Son varios los títulos que circulan desde hace unos meses y varios los géneros que en ellos conviven: desde la crónica personal hasta el perfil riguroso pasando por la galería nostálgica, la estadística analítica y el ensayo libre. Los más destacados son Con todo, contra todos, de José Carlos Yrigoyen; El camino a Rusia, de Beto Jara; La fórmula del gol, de Jaime Cordero y Hugo Ñopo; Mundialistas, el repaso gráfico de El Comercio; Los peores partidos de mi vida, de Santiago Roncagliolo; Guía política del Mundial, de Bruno Rivas; Expediente Rusia, de los redactores del portal DeChalaca; Ojo de Tigre, de Pedro Canelo; y Peredo total, la esperada recopilación de columnas del entrañable Daniel Peredo con que el sello Debate ha querido homenajearlo.
A esos volúmenes se suman textos como el de Toño Angulo Daneri, Treinta y seis años después (publicado en España, de pronta circulación en Perú), y los que ya vienen alistando autores como Raúl Tola o Marco Sifuentes, quienes viajarán a Rusia siguiendo a la selección.
¿Qué tienen en común estos señores más allá de haber portado libreta electoral de tres cuerpos y calmado sus cuitas juveniles con vino Gato Negro de caja? Pues que todos son sobrevivientes de esa larga transición que significó, primero, oír de niños y adolescentes los últimos estertores de la gloria mundialista de los años 70-80; segundo, sufrir en carne propia la hecatombe noventera, con su ya legendario trauma de gitanería, fracaso y borrachera; y tercero, contemplar por fin, recién de adultos, alrededor de la curva sinuosa que marca la base cuatro, el renacer de un fútbol que por años lució su rostro más pálido. Hablamos, pues, en su mayoría, de peruanos que tienen un recuerdo brumoso de España 82; que vieron a Chumpitaz jugar sus descuentos; que aprendieron a admirar y luego añorar la zurda de Cueto, las gambetas de Uribe, los goles de Navarro; que se hartaron de ver repetidos los goles de Cubillas a Escocia y de cantar “con Rubiños en el arco, la defensa es colosal”; hablamos de peruanos que maldijeron a Pepe, a Maturana, a Burga, a Balán; que culparon a la prensa, a la Federación, a Dios, al destino; que se emocionaron con los goles del ‘Chorri’ y las atajadas de Balerio; que se acostumbraron a renegar en el Nacional y aceptar que las visitas implicaban derrota segura; peruanos, pues, que hicieron infinitos cálculos, que escucharon a un sinnúmero de videntes y que tuvieron agitadas pesadillas donde se alternaban las camisetas de Argentina, Ecuador y Chile.
Por eso estos libros hay que entenderlos no solo como oportunas novedades de coyuntura. No. Juntos forman una antología de la revancha, un manifiesto de época, un ajuste de cuentas con el pasado, un homenaje del presente, un gesto didáctico para el futuro.
Y falta, claro, el gran relato acerca de Paolo. Alguien tiene que dar cuenta por escrito de las angustias, contradicciones y esperanzas que los peruanos venimos experimentando con Guerrero, un héroe popular como no hemos tenido en décadas. Pero no hablo de columnas sueltas, sino de un relato orgánico, intenso. Si nadie escribe esa historia, ni nosotros mismos vamos a creerla cuando solo nos quede recordarla.
Esta columna fue publicada el 02 de junio del 2018 en la edición impresa de la revista Somos.
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