Las marchas de mujeres contra la violencia sexual y de género atraen grandes multitudes en todas las ciudades del globo, tan solo dos años después de que el movimiento #MeToo se extendiera universalmente. En el pasado noviembre, dos nuevos informes de presunta violencia sexual que involucraban a figuras prominentes en la industria cinematográfica francesa sacudieron Europa.
La ex actriz Valentine Monnier acusó al director franco-polaco Roman Polanski de violarla en 1975, cuando tenía 18 años. Solo unos días antes, la galardonada actriz Adèle Haenel acusó al director Christophe Ruggia de comportamiento depredador y acoso sexual cuando ella tenía entre 12 y 15 años, e interpretó a una joven autista en una de sus películas. Tanto Polanski como Ruggia negaron las acusaciones.
A fines del siglo anterior, la vida privada de una figura pública salía a la luz por algún escándalo como los que eternamente han perseguido a Polanski. Las noticias compartían estos bochornosos hechos con mucha satisfacción, obviamente.
Pero parece que las cosas han cambiado, ya que los famosos ahora son bien abiertos a hablar de temas personales y, una vez consagrados, crean revuelos ellos mismos confesando sus barbaries íntimas. Kanye West explicando cómo Dios le ayudó a superar su adicción a la pornografía y su bipolaridad es un ejemplo.
Pero la ola de confesiones que ocurrió recientemente valiéndose de diferentes celebridades (las que más resaltaron fueron contra Harvey Weinstein, junto con el documental sobre Michael Jackson y las revelaciones de violación a dos muchachos) es otra representación de cómo las víctimas también manejan el salir a la luz a decir su verdad. Salma Hayek y Charlize Theron, versus Weinstein, son la alfombra roja judicial de esta semana.
La tendencia también está en que las celebridades ahora comparten su lado humano para demostrar que no son hechos de oro y que sus vidas son tan o más miserables que las de cualquiera.
Elton John profundizó en algunos temas personales cuando decidió compartir su mala relación con su padre y madre, y su extrema adicción a la cocaína en años previos. Brad Pitt reveló hace poquito que tenía adicción a la marihuana y el alcohol. La razón era que los medios y la opinión pública estaban consumiendo su seguridad en sí mismo. Esto le dificultaba ser transparente con sus sentimientos a personas cercanas. El actor halló refugio en estas sustancias durante años por las noticias que surgían de él y sobre todo de su divorcio con Angelina Jolie.
Justin Bieber compartió en sus redes, con suma simpleza, que no estaba estable emocionalmente, e incluso recordó su admiración a Cristo al pedirles a sus fans que oren por él. Otro caso es el de Michael Douglas. El actor ya había mostrado preocupación públicamente hacia su hijo, Cameron Douglas, por su adicción a la heroína y cocaína. Pero no fue sino hasta el año pasado que Cameron confesó a los medios que cuando era niño su padre le daba una bandeja con cigarrillos de marihuana para repartirlos a los invitados.
De esta manera el glamoroso mundo de la fama ya es un jarrón roto para el público. Todos sabemos que, en una industria donde, para triunfar, tu ‘yo’ debe ser la prioridad por sobre todas las cosas, tu vida familiar o individual tiene que ser un caos.
Parecen estar de moda este tipo de confesiones. Paris Hilton dijo recientemente que el video sexual que se filtró en las redes hace ya casi 20 años casi la lleva a quitarse la vida. El actor Al Pacino, por otro lado, habla abiertamente sobre su depresión crónica y asegura sentirse con suerte al aún seguir batallando contra la enfermedad mental. Recordemos que Robin Williams fue arrastrado al suicidio por esta condición. Al Pacino sigue compartiendo sus experiencias a la par que sigue generando proyectos como la reciente obra maestra de Scorsese: The Irishman. Cuando se le preguntó sobre el tema en el Festival de Cine de Venecia, el actor optó por responder: “Puedo estar deprimido, pero no lo sé”. //